Dibujantes: una experiencia inolvidable (y III)


La segunda parte está acá.

Creo que ya casi todos saben que hace tiempo que no tengo trabajo, algo que lamentablemente no es poco común en un país tan inestable como el nuestro. Cada uno, sin embargo, lo sufre de manera diferente.

Mi forma de sufrirlo fue no dejarme caer, levantarme siempre que una entrevista no resultaba, que me prometían un encargo de diseño que no se cumplía (si tuviera 25 centavos por cada vez que me pasó...), o que la suma de un montón de iniciativas terminaba en la nada. Claro que eso cuesta, y cada tanto se hace pesado; luchar contra algo así desgasta mucho el ánimo.

De manera que el proceso por el que estaba atravesando estos días no era raro. Por un lado, había concluido dos novelas y algunos proyectos menores, con lo cual estaba más desocupado; por otra parte, tenía más tiempo para pensar y una sensación, tal vez errónea, de que tomarse un descanso era negativo, porque desaceleraba mis proyectos. Tenía varios proyectos a punto de comenzar, pero había dejado atrás la certeza de que me ayudarían a conseguir algo; simplemente los hacía para no volverme loco. La lucha entre la necesidad de hacer algo y la de no hacer nada fue algo sutil pero constante. También, la sensación de que, hiciera lo que hiciera, no sería suficiente.

De esa negatividad, de ese pesimismo mezclado de esperanza, de esa depresión en la que no quería caer, pasé a un estado de ansiedad. Quería estar en Dibujantes. Algo me decía que iba a encontrar algo muy importante.

¿Qué fue? Una nueva familia. Un nuevo modo de ver, hacer y pensar las cosas.

Creo que puedo ejemplificar los diversos aspectos de este sentimiento, de esta idea, en tres simples anécdotas, que no por ser pocas dejaron de ser intensas.
  1. El sábado cerramos con una hamburgueseada, en la cual todos estábamos mezclados: famosos con no famosos, etc. etc. Por una cuestión de casualidad, en la última mesa que armamos se sentaron varios pesos pesados del comic nacional e internacional: Eduardo Risso, Marcelo Frusín, Diego Agrimbau, Laura Vazquez, Diego Accorsi, Leonardo Fernández... Yo estaba en la mesa contigua, y después de comer algo, me empezaron a temblar los dedos. Mi espíritu periodístico, que había cubierto ya muchas Leyendas y otros eventos rosarinos, me decía que tenía que tomar esa foto, esa foto que sería única y ¿daría la vuelta al mundo? Bueno, no por mí, sino por lo que significaba tanta gente junta en nuestro evento. ¿Qué pasó? De todo, como pueden ver. Mala luz, el pobre de Risso salió con los ojos rojos, cuernitos... Lo peor fue que en el momento no me di cuenta de todo eso, estaba tan limado que fue una suerte que saliera bien encuadrada. Más tarde, lo que parecía una foto para borrar y una oportunidad desperdiciada, sin embargo, se me presentó como una metáfora. Más que una foto profesional, hecha en serie, era reflejo de un momento irrepetible. No había salido seria porque no estábamos en un funeral: era una foto de familia, de esas que cualquier de nosotros saca al voleo y que luego, técnicamente, está llena de errores, pero que uno no tira porque hay algo ahí que nos ata a eso. Y a mí me ata al recuerdo de que tengo una especie de familia profesional que me apoya, me cuida, me integra.
  2. Al mostrar mi carpeta de Cuna de Héroes, uno de los invitados de LA Comics se me acercó para elogiar el dibujo de Sebastián Zalasar. Charlamos acerca de influencias, estilos y demás, y él me aseguró que quería un dibujo de Sebastián. Yo todavía no había captado, pero empezaba a hacerlo, esa forma hermosa de regalar que es hacer un dibujo. Es algo que yo no puedo hacer, y que me deja con la boca abierta. Le respondí a este muchacho que Sebastián no estaba, pero que tal vez vendría; yo no había recibido confirmación sobre su asistencia. El domingo se reiteró su pedido, y le dije lo mismo. En las últimas horas de ese día, se me hizo evidente que Sebastián no iba a venir. Como único gesto posible, se me ocurrió regalarle las tres primeras páginas de Informe especial, tanto para agradecer su interés y como para dejarle anotada la dirección del blog. ¿Qué hizo este muchacho? Me regaló una pila de sus fanzines, los cuales no había podido vender. No supe qué decir: no era uno, son como media docena!!! y de muchas páginas. Es así como debería ir el mundo, me parece: cierto que no se puede comer el amor, pero si fuéramos apenas un poco más atentos con los demás, si no mezquináramos tanto, si viéramos que hay cosas que valen mucho más que el dinero... ¿Saben qué es lo curioso, cómo se cierra el círculo? Esas hojas fueron impresas por un amigo mío, cuando le pedí un favor porque mi impresora andaba mal. ¿No es maravilloso? De regalo en regalo...
  3. En la última charla del domingo, se recordó al Oso Rosello, ilustrador y músico tucumano. Yo no lo conocí personalmente, y desde hace un tiempo vengo viendo comentarios que lamentan su muerte por todas partes. Estar allí, sin embargo, fue diferente. Varios lloraron sus pérdidas, y no sólo la suya, sino otras más viejas. La mención tan emotiva del Oso casi me hace llorar, a mí, que nunca lo conocí. Había ahí tanto amor, tanta amistad, tanta comunidad, que todas las dudas que expresé antes, todas las dudas que tenía al momento de comenzar el evento, se evaporaron. Estaba en casa. A lo mejor iba a seguir sin trabajo y mal de amores, pero tenía eso que no encontré, hasta ahora, en ninguna otra parte.
Creo que todo esto ya cierra lo que tengo que decir. Probablemente mi corazoncito de periodista me obligue a escribir, en estos días, una crónica paralela, más sobria y formal, de lo que pasó. Claro, no demasiado formal ni sobra, porque no se puede enfriar tanto algo tan pasional, tan hermoso.

Pero hasta acá llego. Por lo menos, por ahora: la influencia de este durará mucho, mucho. De eso estoy seguro.

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