The Hobbit: An Unexpected Journey (2012)

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Este año es difícil elegir la película más esperada. Sin embargo, podemos decir que de todas ellas, la gran mayoría ha cumplido, a veces con creces, lo que yo como cinéfilo y como fan esperaba. La primera parte de este trilogía pasa a engrosar esta gran lista.

The Hobbit: An Unexpected Journey tiene todo, pero todo lo que un fan de Tolkien puede pedir: fidelidad al texto, tanto en letra como en espíritu; excelentes actuaciones y efectos especiales perfectos y deslumbrantes; un sólido guión, mucha aventura, acción y pizcas de humor.

Pero hay mucho, mucho más que decir sobre la película y las dos que le siguen. Dos grandes debates y controversias: el uso de una nueva tecnología de filmación y proyección, al doble de velocidad (48 cuadros por segundo en lugar de 24); y la expansión de dos películas a tres, para un texto relativamente corto y sencillo. Así que pónganse cómodos porque va a ser una reseña completa.


El desafío de tener dieciseis protagonistas
Trece enanos, más un hobbit, más un Mago. Un verdadero desafío para cualquier guión y director. ¿Cómo darle protagonismo a tantos personajes, sin diluirlos, sin confundir?

Peter Jackson lo logra dando a cada enano su espacio y su tiempo. De muchos vemos apenas un rostro, un gesto, un arma; en las dos restante películas los conoceremos más, en el momento indicado. No tienen capuchas de colores diferentes como en la novela, sino personalidades bien armadas, barbas, edades y actitudes diferentes. Si en el texto a veces no quedaba claro si eran o no parientes (recordemos que algunos lo son, pero no todos), aquí los vemos realmente como parte de un pueblo que lo perdió todo pero mantienen intacto su orgullo y sus tradiciones.

No hay mucho que decir acerca de Gandalf y Sir Ian Mckellen. Tanto el actor como el papel están perfectos.

La gran sorpresa, por así decirlo, la da el actor que interpreta a Bilbo Bolsón, Martin Freeman. Un verdadero desafío: cómo representar a un personaje que es la antítesis de la aventura, pero que de pronto se ve envuelto en la más grande que ha visto. Las primeras escenas, donde se ve esta dicotomía, son verdaderamente desternillantes, como en el libro, pero al mismo tiempo mantienen o incorporan una hermosa atmósfera de duda ante lo desconocido, de curiosidad ante el peligro. Luego el guión y el director le da mucho espacio para continuar explorando este personaje tan particular, a veces risueño, pero siempre serio y profundo.

Finalmente, Richard Armitage compone un perfecto Thorin Escudo de Roble. Atravesado por la tragedia y el odio, firme, serio, con la ambición a veces desmedida de sus mayores y un coraje a toda prueba, no es un personaje sencillo ni para el guión ni para el actor, porque resulta contradictorio y conflictivo debido a su orgullo y a su hermético carácter. Aquí se da la nota exacta, y es uno de los personajes que uno desea seguir viendo.

Por si fuera poco, el casting del resto de los enanos es también excelente, y sus caracterizaciones, como ya he mencionado, son perfectas. Uno va aprendiendo sus nombres y particularidades de a poco y no siente la necesidad de hacer memoria.

Pero no nos olvidemos de Gollum. Andy Serkis compone en él, ayudado por el acostumbrado nivel de los efectos especiales, un personaje realmente fuera de serie, apenas alejado del que ya conocemos, pero sólo donde el guión lo requiere.


¿Tres películas para trescientas páginas?
Esta es la gran duda, el gran debate que ha suscitado esta película dentro de los aficionados a Tolkien. ¿Hacía falta, es algo positivo o simplemente cuestión de hacer más dinero?

Hace tiempo escuché/leí un comentario que decía que los cuentos son mucho más fáciles de adaptar a películas. La razón era que el equipo creativo (léase el director, el guionista y los productores) no se ven obligados a recortar las partes del texto que alargaban demasiado la película, ni tienen que dejar de lado detalles y subtramas interesantes para ajustarse a una duración standard y a una narrativa más o menos lineal. El ejemplo dado era la película Inteligencia Artificial, que justamente estaba basada en el cuento homónimo.

El argumento planteaba que un cuento, al tener menos material de base, permitía expandir el mundo esbozado a trazo grueso, dando espacio a la creatividad de los realizadores sin tener que contraponerla a la del autor original. Muchas novelas tienen demasiados personajes, subtramas, escenas y situaciones para una película de dos horas, o incluso de tres horas de duración. Un cuento puede ser adaptado en, por ejemplo, una hora y media, dando media o una hora más para profundizar aspectos que aparecen resumidos o que suceden entre líneas, o incluso que no han tenido lugar en la ficción pero que los realizadores consideren interesante insertar.

En resumen, en lugar de recortar, estaba la posibilidad de crear. En lugar de una traducción exacta y perfecta, algo imposible, había una recreación, algo alcanzable y posiblemente mucho más efectivo a nivel historia.

Saco a cuento este comentario, con el cual acuerdo totalmente, porque considero que algo similar ha sucedido con el caso de El Hobbit, aunque tomándolo como novela. De pronto, una trilogía ha sido más adecuada para contarlo completo, pero dejando espacio para que otros elementos, tomados o no del mundo de Tolkien, pudieran enriquecer el conjunto, llevándolo a nuevos niveles.

En un primer momento, cuando Peter Jackson dijo que estaba dudando entre realizar una duología o una trilogía, pensé que aquello estaba mal. Dos películas eran más que suficientes como para contar la historia. Pensé, como muchos, que todo era asunto de dinero, y que el resultado podría ser terrible.

Sin embargo, lo dejé allí, flotando. Seguí leyendo noticias sobre la cinta y de a poco fui cambiando de idea. Lo que Jackson decía tenía sentido: tomar elementos de otras obras de Tolkien para enriquecer un relato que ya de por sí no era muy complejo, ya que había sido pensado para niños (los hijos de Tolkien, pero niños al fin). Empecé a recordar, y hablando con otros fans, fui recordando también fragmentos de El Señor de los Anillos y de sus Apéndices, principalmente. Una lectura al menos superficial nos da cuenta de gran cantidad de datos al respecto.

También, hace un par de meses, leí el libro nuevamente y redescubrí algo: su prosa es mucho más sintética y rápida que la de la obra mayor de Tolkien. En pocas líneas resume batallas, conversaciones y viajes de varios días. De nuevo, tenía sentido que algunos párrafos tomaran veinte minutos de acción en pantalla: no era necesario inventar nada, porque si bien no estaba todo escrito letra por letra, sí estaba en espíritu.

Y es aquí en donde el argumento que planteo se hace fuerte. Lejos de ser una "traducción" (como lo fue la trilogía anterior, libro por libro), tenemos aquí una reinterpretación de un texto que tiene más potencial del que expresa en papel.


[SPOILERS]
A partir de aquí asumiré que el lector ha leído tanto El Hobbit como El Señor de los Anillos, para poder presentar libremente mi opinión al respecto. Si no has leído alguna o ninguna de estas obras, puede pasar al siguiente subtítulo.
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¿Por qué digo esto? Recordemos que Tolkien no sólo escribió El hobbit para sus hijos (lo que explica las escenas con humor, las canciones y los párrafos muy resumidos -era un profesor muy ocupado al que no le alcanzaban las horas del día). Fue su primer libro exitoso, y tomó muchas cosas de él para la continuación que los editores le pedían: lo que se desarrollaría como El Señor de los Anillos. Y es ahí donde hay un eslabón flojo. Tolkien seguramente quiso reescribir su primera obra para emparejarla mejor con la trilogía, pero no pudo.

¿Qué le quedó afuera? Pues no poco. Principalmente algo que liga, de manera bastante directa, ambas historias. Porque rápidamente nos damos cuenta que el lazo entre El Hobbit y SDLA es el Anillo y ciertos personajes que lo rodean: Bilbo y Gandalf, los dos protagonistas que inician ambas obras. Pero hay una subtrama que Tolkien no llegó a reescribir, y es la del Nigromante.

¡Nada más ni nada menos que Sauron antes de materializarse en Mordor! ¿O acaso no les parece raro que ese tema tenga tan poca importancia? Tanto es así que cuando Gandalf aparece luego de muchas páginas de no intervenir en la acción, la única explicación es un párrafo en el que cuenta, sin dar detalles, cómo él y los Magos se reunieron para acabar con el Nigromante. Un párrafo. Evidentemente Tolkien necesitaba una buena excusa para sacar a Gandalf del camino, debido a que era muy poderoso para la trama que los enanos debían resolver por su cuenta, junto a Bilbo. Y creó un personaje misterioso, al que no le dio mucha importancia, pero que era el prototipo de uno de los mayores villanos de sus próximas obras.

En este punto Jackson vio la oportunidad de contar todo aquello que no podemos más que imaginar. Tomar ese párrafo en profundidad implica introducir a Saruman, a Radagast, a varios Altos Elfos, más escenarios, más historia, etc. etc. Si a esto le sumamos la expansión de todas esas batallas y situaciones ya mencionadas, que en el libro solamente se narran en dos líneas, tenemos una solución perfecta al dilema de la duración de la película.

Y si a esto le sumamos que Jackson ha sido muy cuidadoso y apenas ha introducido material de su propia cosecha (detalles con los que no estoy de acuerdo, pero son apenas pizcas), todo cierra.



¿48 cuadros por segundo? This is madness!!
La trilogía será de las primeras cintas en filmarse y proyectarse con una nueva tecnología, que duplica la cantidad de cuadros por segundo. Es decir, que tendrá el cuadros y que veremos "a otra velocidad".

Ahora bien, esto sería una locura (y lo dice alguien que ha visto rollos de películas en un cine de verdad, son casi tan grandes como ruedas de camión) de no ser porque las cámaras y los proyectores son digitales y no requieren ya de celuloide.

Pero hagamos un poco de historia. Allá atrás en el tiempo, en las primeras décadas del cine, el celuloide, material con el que se hacía la cinta para filmar, era muy caro. Se trata de un material sintético que es bastante inflamable. Había que tener cuidado para que la cinta no se derritiera o se incendiera el proyector, algo que fue la ruina de muchos cines. La cuestión costo y la cuestión velocidad impedían que una película durara demasiado.

A comienzos del siglo XX, las películas se proyectaban a velocidadades variables, entre los 14 y los 26 cuadros por segundo. Eran los tiempos de las películas mudas, y por eso ahora, cuando vemos una, nos resulta graciosa la velocidad con la que se mueven las personas: frecuentemente han sido filmadas a menos velocidad de la actual, y al convertirlas a la actual, parecen aceleradas. En esa época no había un standard en cuanto a velocidad de proyección, porque el ojo y el cerebro humano son engañados por la "ilusión de movimiento" al pasar de los 14 cuadros por segundo.

Sin embargo, a mediados de la década de 1920, al introducirse el cine sonoro, los técnicos se dieron cuenta de un detalle. Si bien los espectadores toleraban los movimientos "a saltos" que tenían algunas películas al ser proyectadas lentamente, como el sonido estaba impreso en la cinta, variar la velocidad de proyección haría variar también la frecuencia y velocidad del sonidos. Algo así como lo que sentimos ahora cuando escuchamos un cassette viejo o que tiene mal la cinta: un efecto bastante perceptible y para nada agradable.

La solución era sencilla: poner un standard de velocidad que todos respetaran. Así, los fabricantes de cámaras de cine y proyectores pusieron todo a 24 cuadros por segundo, luego de varias pruebas. Algunos no estuvieron de acuerdo: Edison dijo que el mínimo debería ser 46 cuadros por segundo. Lo más probable es que las cuestiones técnicas y de costos fueran las razones por las cuales nadie le hizo caso. Se podían construir proyectores que tuvieran esa velocidad, pero seguramente eran más caros, y así también se hubiera requerido una cantidad enorme de metraje, algo prohibitivo para muchos estudios.

De manera que desde esa época, todas las películas que hemos visto, tanto nuestros abuelos como nuestros padres y nosotros mismos, han sido exhibidas en esa calidad: 24 cuadros por segundo.

Es uno de los casos de permanencia tecnológica más largos, y tiene grandes consecuencias porque plantea cómo vemos esa realidad ficticia que es el cine. Tanto es así que, como muchos preveían (incluso el mismo Jackson), hay quienes dicen que la película, en este formato, se ve como si fuera una mala producción de televisión. Pareciera como si mejor calidad fuera peor calidad. Y en realidad todo se trata de una percepción, en donde los años y años de ver cine de una manera influencian nuestra forma de seguir viéndolo.

En lo personal, me interesa mucho más este desarrollo técnico que el 3D, que me resulta innecesario y hasta artificial. Realmente creo que puede ser algo positivo al mejorar la calidad de las imágenes del cine, que ya de por sí son muy buenas, y tengo muchas ganas de ver si estoy o no en lo correcto.

Pero hasta aquí puedo opinar. Me encantaría seguir la opinión de varios críticos en Internet, que recomendaron ver primero la película en 2D y a 24 cuadros por segundo (para disfrutarla sin sorpresas en el medio) y luego en 3D y a 48 cuadros por segundo, para tener una opinión al respecto. Sin embargo, gracias a las absurdas y draconianas políticas aduaneras del actual gobierno de Argentina, parece que los proyectores digitales necesarios para este formato no van a entrar al país por un tiempo. Así que será para la próxima.


En resumen
¿Qué puede esperar un aficionado a la obra de Tolkien, que haya leído sus obras o al menos haya visto la trilogía de El Señor de los Anillos? Como dije antes, una fidelidad muy grande a los textos, con pocas alteraciones (en mi opinión, algunas bastante innecesarias, pero que no cambian el espíritu de la obra). Pero también una edición y un guión muy astuto, que permite cambiar la lógica de la narrativa cuando es necesaria una traducción estructural entre el texto y la pantalla.

Excelentes actores, buenos personajes, acción, aventura, algo de sabio humor (que estaba implícito en el texto y que aquí cobra vida) redondean una producción casi perfecta. Finalmente nos damos el gusto de disfrutar de escenas icónicas de uno de los clásicos textos que fundaron el género de fantasía medieval.

A nivel técnico, todo es similar o mejor que la anterior trilogía tolkieniana de Jackson: los mismos escenarios naturales que quitan el aliento, un excelente trabajo de generación de imágenes por computadora y muchos hábiles efectos visuales. Todo bien armado para que nunca sepamos qué es real y qué no lo es.

¿Se puede pedir más? Sí, que la vayan a ver los que todavía no se asomaron a la Tierra Media, ya sea en versión fílmica o literaria. Si ha gustado a tantos aficionados, que dudaban del buen hacer de Peter Jackson, es casi seguro que les encantará.


No se termina: falta lo mejor

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Mientras escribo esto, miércoles 19 de diciembre, llueve torrencialmente. Hace cuatro días que llueve sin parar en Rosario. Hoy no han cesado los relámpagos y el agua. Era día de cine (El Hobbit, que reseñaré pronto) y de visitar a un gran amigo. Así que tuve ración mútiple de lluvia. A la nochecita quedé totalmente empapado tanto a la idea como a la vuelta, en parte gracias a un tonto error de mi parte: salir apurado sin paraguas ni impermeable.

¿Por qué adelanto la entrada? Porque tengo ganas, porque esta situación y la proximidad del tan mentado 21 de diciembre del fin del mundo me da ganas de escribir, y hacer el balance de fin de año que muchos hacemos, pero no todos publicamos.

Ha sido un día raro, pero muy divertido y positivo. Algo similar al viernes, cuando la primera tormenta me atrapó en el centro, con sólo un paraguas y frente a diez cuadras de un microcentro rosarino anegado, con agua cayendo como ríos por las calles que descienden hacia la barranca. Tomé aquello como una aventura, un desafío. Una sonrisa y a correr, para ver qué salía de todo aquello. Me mojé completamente y tuve que esperar, solo, casi hora y media para que los demás invitados a la despedida del año llegara. Pero fue una noche excelente, que repetiría con ganas.

Ese día casi me caigo por un resbalón; hoy no tuve tanta suerte y me caí, apurado por tocar tierra y encontrar un refugio. Me levanté en el acto, tanto por practicidad como para salvar el orgullo. Pero los pocos metros recorridos me dejaron "hecho sopa", como decimos aquí, y nada había que hacer. Salvo recibir la ayuda de un verdadero amigo, que me brindó mates calientes y ropa seca para cambiarme.

La lluvia es la más intensa en 40 años y para cuando regresaba a casa ya cubría, de vereda a vereda, avenidas de doble mano y doble carril, cubriendo el cantero central. Ahora cubre incluso las veredas de la avenida que corre frente a mi casa, evocando los fantasmas de las inundaciones que cesaron cuando era niño.

No es nada raro que los agoreros ya hablen de otro signo del fin de los tiempos: el primer paso hacia la destrucción. A mi padre lo ha consultado una vecina, llorando, pidiendo consejo. Creo que todos están locos.

Pienso en la muerte y en el cambio todos los días. Pienso en qué pasaría si al cruzar la calle me atropellaran, o si perdiera ya a uno de mis parientes, o si pasara algo de todo lo que le pasa a cualquiera en cualquier parte del mundo. Somos breves hilos sobre un tapiz infinitamente más grande. Incluso si creemos en Dios, no podemos dejar de ver esto. No queda más que ser uno mismo, cada segundo. Levantarse apenas caído, sacudirse lo mojado y seguir adelante, buscando un refugio para la tormenta que nos ha tocado.

En lo personal, no veo la hora de que empiece 2013, no por dejar atrás un mal año, sino todo lo contrario. Quiero ver lo que me espera, todo lo que está allí, creciendo. Soy ansioso, pero he aprendido paciencia de mis plantas de zapallo, ahora perdidas, que sembrábamos en septiembre con mi abuelo y cosechábamos meses después. Miraba todos los días cada zarzillo, cada hoja, cada fruto, cada rama, cada centímetro crecido durante la noche. Así miro siempre mi vida, desde dentro.

Ha sido un año como todos: caerse, levantarse, languidecer, brillar, crear, olvidar... Sin embargo ha sido uno de los años más movidos y agitados de mi vida. Uno que asumí como el mayor desafío, meses antes, cuando terminaba mi segundo semestre de profesorado.

No recuerdo si lo he comentado aquí, pero ahí va. Tenía tres objetivos y los he logrado a todos, en mayor o menor medida. Uno era recibirme y comenzar mi carrera docente. El otro era avanzar definitivamente con mis proyectos creativos (léase comics, cuentos, novelas, sitios y blogs, etc.). El tercero me lo reservo porque es algo personal.

Me recibí, aunque el trabajo por ahora está un poco lento. Publiqué mis dos primeros comics en sendas publicaciones nacionales y participé en la creación de una revista que ya dio mucho de qué hablar en toda Argentina. A través del esfuerzo, he logrado uno de los mejores años de mi vida, uno de los más productivos y creativos.

Pero todavía falta lo mejor. Me ha tomado varios años lograr esto, pero no se ha terminado la pista. Es sólo una fase, y por eso quiero ver más allá. 2013 tendrá más aulas, más alumnos; tendrá más comics publicados, quizás incluso alguna novela o libro de otro tipo.

Vengo escribiendo esto desde hace ya una hora y media, mientras hago otras cosas, y la lluvia no cesa. Todavía hay puntos raros y cuestiones sin resolver. No tengo trabajo fijo y debo esperar a que pasen las vacaciones de verano para volver a las aulas. Los comics resultan lentos de producir, la revista va muy bien pero la distribución se toma su tiempo. Cada día crece un zarzillo, pero no siempre prende en la guía que uno deseaba.

Es el mojarse, el caerse y el levantarse. Pero luego vendrá un amigo, un refugio o algo que hará todo mucho mejor. Eso sólo cuestión de tiempo y esfuerzo.

2013 es mi lluvia incierta, mi tormenta, mi desafío, la aventura que recibo con brazos abiertos y una sonrisa, como el viernes pasado. Mojarse no tiene nada de malo. Mojarse es vivir. Y si uno ha vivivo, no importa ningún apocalipsis.

Sólo en findes

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El otro día, al ver que la última entrada de este blog había sido publicada durante un fin de semana, y descubrir un patrón en otras entradas recientes, seguí maldiciendo mi suerte perra que me quitaba todo el tiempo durante la semana. Casi como si tuviera trabajo.

Y lo peor es que la semana pasada tuve un serio caso de malapatismo, cuando me quedé sin acceso a Internet entre el martes y el sábado, en la mitad del proceso de entrega de un comic para un concurso. El dibujante no daba abasto y quería que lo ayudara con los globos. ¿Como hice, en un vecindario que no tiene ni cibercafés ni nada remotamente parecido? Pues tomando señal wifi de quien sabe donde gracias a una notebook que oportunamente estaba en mi casa. Ni qué decir de la coincidencia, ni de las corridas entre las dos computadoras, ni de los errores de último momento, ni de las tardes y mañanas perdidas dándole al tema. Pero llegamos.

De nuevo no pude iniciar mi novela, pero la pausa me sirvió para meditar bien sobre su trama y encontrarle título. ¿Podré empezar esta semana? Pues no sé, ya es martes y tenía que empezar un boceto/resumen el domingo...

Pasé la noche del viernes bajo la lluvia durante diez cuadras, empapado por una tormenta demencial, y luego colgado hora y media esperando que llegaran mis compañeras del profesorado, que no conseguían taxi ni canoa, para celebrar una accidentadísima despedida del año, que fue retrasada y casi cancelada varias veces. Pero la pasamos genial. Lo único que espero es que la próxima reunión incluya rabas.

De manera que no puedo decir que perdí el tiempo. Y quién dice, tal vez el tener más tiempo para pensar y menos para escribir le haga bien a la novela. Mientras tanto, ya cerré casi todas las cuestiones que tenían que cerrarse.

Lo único que debo, aquí, es un poco más de reseñas de cine. Pero claro, tampoco tuve tiempo para mirar nada. No se preocupen que cuando llueva, va a diluviar.

Va componiendo

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Fin de la primera semana de diciembre, y por fin, por fin, parece haber pasado el vendaval.

En estos días pude cerrar muchas cosas que habían quedado sueltas, y si bien hay algunas que todavía esperan fecha de finalización, son las menos.

El miércoles pude adelantar muchísimas cosas, entre escritura y cuestiones relacionadas al comic. No veo la hora de terminar y ponerme de nuevo con todo lo que se avecina.

Tengo una novela en la cabeza, que surgió lentamente como semilla de un comic que no fue. Y  me espera, también, un arduo, arduo trabajo ampliando mi libro Cómo crear un mundo de juego. Son los dos principales objetivos de los meses que vienen.

Trabajar con comics, por ahora, me insume poco tiempo, más que nada apurones para terminar guiones o corregirlos en alguna cuestión de último momento. Así que si bien Términus y cuestiones relacionadas están ahí, lo están con menos intensidad en cuanto a carga horaria.

Una cuestión que he terminado de comprender en estos días es que me ha afectado inesperadamente el dejar de tener trabajo Y estudio. Durante meses he sido un reloj suizo, manejando horarios de estudios con precisión de minutos para no tener que pasarme de medianoche y poder estar despierto en el trabajo, recortando si era necesario horarios de siestas, asistiendo o no a compromisos sociales sin dejar a nadie plantado, etc. etc. Sobre todo en el último semestre, que fue el más complejo en organización.

Sin embargo,y a pesar que pude solucionar mi problema de levantarme a las 9 (ahora es a las 8) de la mañana y seguir acostándome a medianoche, las horas del día no me rinden igual. En parte por cuestiones que ya han pasado y no volverán, o por otras (como el cuidado de la casa) que son inevitables y variables de semana en semana. Pero también debo reconocer que por cierta falta de organización y exigencia, manejo los tiempos de manera más laxa, y eso no me gusta. Siento que de alguna manera, octubre y noviembre se me escaparon de las manos como un puñado de arena. Y no quiero que pase eso con diciembre.

Ni con el resto del verano. Un punto oscuro es que con las vacaciones escolares es imposible que me llamen para realizar reemplazos, así que por ese lado, tendré más tiempo libre. Si me pongo a contar, son casi tres meses de hacer poco y nada... o por el contrario, tres meses para hacer de todo.

Recuerdo cuando, hace muchos años, me tomé un mes entero para realizar mi primer artículo publicado en el anuario de la universidad. Eran cosa de levantarme temprano, día tras día, bajar la persiana (la ventana daba al sol) y escribir sin pausa con la única ayuda de un ventilador. Ahora, en otra pieza, puedo estar a oscuras libremente, tengo aire acondicionado, silla giratoria infinitamente más cómoda, etc. etc.

Así que no hay excusas. Esta semana, es decir, mañana mismo, empiezo con mi nueva forma de trabajo. Escribir varias horas seguidas al día, sí o sí. Y que sea lo que sea.

Por fin, un poco de paz

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Días y días y días sin pausa... Noviembre pasó como un relámpago, y de pronto, los primeros días de diciembre se desplomaron. Ya casi una semana entera.

Estas tres semanas han sido días de muchas salidas de casa: trámites, reuniones por algún trabajito así y asá, trámites. Cosas de último momento, corridas, mañanas perdidas, alguna bronca, más mañanas perdidas.

Todo para atrasar lo inevitable: la escritura.

Mal que mal, estoy cerrando mi segundo libro para mi propia editorial de rol, Studio Ergo Sum. Sin embargo, perdí casi dos semanas por todos estos inconvenientes, y la decisión de realizar algunos ajustes de último momento. Los cuales, si bien son muy positivos y necesarios, alargaron el tiempo de espera.

En algunos días he tenido que luchar para escribir al menos una página, teniendo que conformarme, qué más, alegrarme por haber terminado la jornada con cuatro párrafos sobre la pantalla. Esto, quedándome hasta pasada la medianoche.

En estos días, también, una urgencia en uno de mis trabajitos me hizo perder un día entero de escritura, mientras otros viajes inútiles me hicieron perder dos mañanas enteras. Para cuando quise darme cuenta, había pasado dos días sin bañarme... simplemente por no haber tenido tiempo.

Pero como todo en la vida, hay revancha, y cuando ayer me contentaba diciendo: mañana es miércoles, es tu día más libre... pues sí, es el más libre, pero surgieron otras cosas.

Tengo que ayudar en poner los globos en un comic que espero poder enviar a un concurso. Y un guión que dejé demorado por todos estos temas tiene fecha límite para el 10 de diciembre, así que tuve que ponerme fuerte con eso esta mañana. Afortunadamente pude avanzar mucho.

Mañana tengo que salir de nuevo a perder la mañana... pero quién dice, esta tarde tal vez pueda terminar algo más. Y si bien tengo trabajo para el fin de semana, confío en que no será tanto como para impedirme cerrar algunas cosas con respecto a guiones, definitivamente, y ponerme a escribir un poco más.

Por fin algo de paz... escribir. Sin pensar en nada más.