Final de la cosecha

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Hoy se terminó oficialmente la cosecha de zapallos en mi casa. Después del diluvio, como el día era soleado, decidí subir al techo y arrasar con lo poco que quedaba. También ayudó mucho el hecho de que estaba aburrido, cansado de mirar el monitor y sin ganas de leer.

A pesar de que tenía las herramientas, como casi siempre, decidí hacerlo a mano pelada. Lo cual, teniendo en cuenta las espinitas que custodian esas plantas, tiene lo suyo. Pero hay algo en el tironear y arrancar que siempre me libera, en lugar de usar tijeras de podar. En este caso, lo necesitaba bastante. Tampoco fue tan grave; gran parte de la planta ya estaba podrida, debido al chaparrón de ayer.

Curiosamente, había una gran colección de calabazas en diferentes estados de maduración. Una o dos, podridas, porque no puedo vigilar su crecimiento como antes (solamente tengo tiempo de subir al techo los fines de semana, y hace como un mes que no lo hago). Otras, completamente verdes y enormes, de entre uno y dos kilos. Otras, más pequeñas, perfectamente maduras y con un color hermoso y parejo.



Cuando bajé y terminé de descolgar algunas otras partes de la planta, me quedé mirando el suelo del jardín, surcado de ramas y pasto. No sé por qué, de pronto me vino a la mente lo recientemente leído sobre mitología griega y romana, el ir y venir de los ciclos de la naturaleza, y me sentí atado a eso, ligado de alguna manera. De pronto me sentí un poco guerrero, un poco filósofo, un poco campesino, un poco mito... una sensación agradable, ya que nunca quise encasillarme en algo puntual. Siempre me gustó estar un poco aquí y un poco allá.

Después pensé en que solamente faltan tres meses para que comience septiembre, cuando todo volverá a comenzar, de nuevo con un grupito de semillas y posiblemente, unos cuantos plantines regalados por mi vecina. ¿Estaré ahí para cuidarlos, para guiarlos en su crecimiento desaforado? No sé. El ciclo va a seguir, pero de otra manera.

Cuatro días de felicidad

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Tal como lo anticipaba, sucedió, pero todo tiene un tinte diferente cuando realmente ocurre.

Pero hagamos un poco de historia. En mi trabajo me enviaron a un curso de capacitación. Me enviaron como se envía a un corresponsal de guerra: tomá, acá la plata, arreglate como venga. Eso no me gustó mucho, sobre todo porque fue a último momento, pero una vez pasado el mal trago del paro de transporte de larga distancia, y el trámite de averiguar por hoteles y dar los datos de MI tarjeta de crédito para garantizar la reserva, bueno, todo fue cuesta abajo. Incluso bajarse en el parador de Escobar, al lado de la ruta, para pedir un remisse en un galpón vacío.

No voy a hablar mucho de esa parte. Fue entretenida, tuvo sus puntos altos y bajos (aunque no tan bajos, fueron dos días buenos en general). Me convenció en todo caso que puedo ser bueno en algo que no me gusta, o al menos, que no me atrae demasiado (como ya dije antes). Y poco más. Yo anticipaba este fin de semana ultralargo.

Pero hagamos un poco más de historia, sobre todo para los no-argentinos que leen el blog. El 25 de Mayo, martes, se celebra la "independencia" de Argentina: el Cabildo Abierto en el que se decidió deponer al Virrey del Río de la Plata y organizar un gobierno autónomo, ya que el Rey de España había sido depuesto por Napoleón. Y después dicen que la globalización es nueva. En fin, que como era el Bicentenario de ese día, a la presidente se le ocurrió, primero por ley, luego por decreto, hacer feriado también el lunes, para que la enorme cantidad de celebraciones y eventos no estuvieran "cortados" por un día hábil en donde tenemos que ir a trabajar como cualquier esclavo del capitalismo.

O sea que terminamos con un super fin de semana de cuatro días (lo hubieran hecho de cinco, para tener un día para volver a casa!!!). Para mí, que estaba muy cansado del trabajo y tenía muchas cosas que hacer (principalmente terminar mi libro sobre creación de ambientaciones), era un momento crucial en el mes, o incluso, en el año.

Así que el viernes negocié y conseguí salir antes del trabajo (el gerente no estaba, ¿acaso me olvidé decirlo?), a cambio de trabajar las tres horas del turno del sábado, que es muy tranquilo. Para sacarme la resaca de tantos viajes y pocas horas de sueño, me fui a una comiquería cercana y me dí un calculado gusto: la edición Absolute de Año Uno, de Miller y Mazzucchelli. De regalo ligué una revista de divulgación de comics muy buena, La Revistería Press, que hacía tiempo no veía (ahora sale a color con 64 páginas). Esta edición de Año Uno ya se pagó sola: no sólo tiene un capítulo inédito sino muchos muchos bocetos e incluso páginas del guión, algo que para mí es invaluable. No veo la hora de devorarlo.

Fue al llegar a casa y descansar un ratito (antes de partir para la reunión semanal de la ADL) cuando me di cuenta de que era feliz. Bueno, no, en realidad me di cuenta cuando salí de la comiquería. Pero no era por la toxina materialista que te inyecta, a veces, el hecho de comprar un objeto querido y deseado. También era porque había pasado un rato charlando sobre Rosario Juega Rol, el evento que estamos organizando con Sierpes del Sur. Era feliz porque era quien quería ser; era feliz porque podía expresarme, porque estaba en todos los lugares y con todas las personas con las que quería estar; era feliz porque hacía lo que quería hacer.

Al llegar a casa, como decía, y sentarme en la cama, me sentí como un dragón, acostado sobre todos sus tesoros. Ahí estaban mis tres libros de Star Wars Saga, de los cuales apenas pude leer una pequeña fracción (recién voy por el capítulo 4 del básico!!!). Mi pequeña carpeta de cards, ahora todas con sus folios. Un montón de revistas Nueva Aventura, que también mastico de a poco. El Año Uno, sumado a otros comics que compré recientemente, como los dos tomos de Dark Empire en inglés. En fin, promesas de más diversión.

Así que por estos cuatro días seré feliz. Hoy, domingo, lo fui cuando, al despertarme, me di cuenta de que mañana NO tengo que ir a trabajar. De hecho, tengo que ir a la inauguración formal de la Muestra del Bicentenario, organizada por la ADL, primera muestra de dibujo (y de casi cualquier cosa, creo) que se hace en el Monumento a la Bandera. Y luego a comer con mis colegas. Nada mejor que eso.

Ya caliento motores. Este año es crucial en mi vida. Octubre será completamente comiquero, y está a la vuelta de la esquina. Y otras cosas me esperan un poco antes. ¿Cuatro meses de felicidad? Sí, espero; también de laburo, pero justamente, del laburo que me hace feliz.

Como pez en el agua, como sapo de otro pozo

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Cosas que mi trabajo me permite:
  • gastar unos 100 pesos mensuales en comics (todavía no en libros, tengo demasiados)
  • comprar libros de rol y miniaturas (todo de Star Wars Saga)
  • comprarme cosas que hace tiempo necesitaba, como mejoras en la computadora, algo de ropa, etc.
  • mejorar mi memoria
  • aprender a resolver rápidamente muchos problemas a la vez
  • ejercitar soluciones audaces e inteligentes a los anteriores
  • mejorar mi autoestima haciendo funcionar un pedacito de una empresa líder en Argentina
  • demostrarme todos los días lo que puedo hacer si me enfoco en algo

Cosas que mi trabajo no me permite:
  • leer en el colectivo más de 20 minutos
  • asistir normalmente a mis clases de artes marciales
  • hacer casi cualquier cosa normal (ir al cine, cortarme el pelo, ir al dentista, ir a comprar ciertas cosas) durante los días de semana
  • visitar frecuentemente a mis amigos
  • escribir durante más de una hora los días de semana (con suerte, si no me caigo del sueño)
  • jugar a los juegos de estrategia que ahora SÍ puedo jugar en mi computadora
Sinceramente, en estos días me ha caído muy mal algunas de las cosas recientemente mencionadas. Tardé un mes en comprar un bolso de viaje, en un negocio que está a media cuadra de mi casa, porque el único día que puedo pasar por allí es el sábado, y siempre estoy ocupado haciendo las otras cosas que no puedo (como ir al dentista o a colaborar con la ADL). El fin de semana pasado, antes de un casamiento, tuve que posponer una semana mi ida al peluquero. No me parece justo, no hay nada que me pague estos inconvenientes.

Algunos me dicen que tengo que acostumbrarme. Puede ser, no sé. Pero para alguien que no tiene problema en saltar a un colectivo ante la llamada de necesidad de un amigo, o que decide impulsivamente ir al cine unas horas antes, es como si estuviera en silla de ruedas. Hay cosas que uno sacrifica por un trabajo, y otras que no.

Ni hablar de la escritura. Últimamente entrego guiones en el límite, estoy atrasado con mi libro sobre ambientaciones para juegos de rol, no he podido escribir nada para este blog en varios días. Mucho menos seguir con algunos de mis otros proyectos (cuentos, etc.). Las ideas se acumulan y no pueden salir. Eso me exaspera, sobre todo porque pareciera pasar ahora por una época llena de creatividad.

Por otra parte, varias de las cosas positivas del trabajo son experiencias que, una vez ganadas, no se pueden perder, por así decirlo. Me ha abierto la cabeza, la mente y los ojos, demostrándome, como ya mencioné, que lo que deseo está al alcance de mi mano, porque tengo la capacidad de intentarlo.

¿Qué sigue? Pues no sé. Lo pienso seriamente, porque es una decisión que, como pocas, puede definirme de aquí a varios años. Los que me conocen ya saben que siempre tengo varios planes en mente, para todo tipo de situaciones. El tema es que, hasta ahora, no me había animado a utilizarlos.

El otro día pensaba en que este trabajo es como una mujer hermosa, adinerada y hasta famosa (la empresa es muy conocida), que te da buen sexo, pero con quien no existe una conexión emocional. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse una relación así? Claro, depende de lo que busque cada uno...

A todo esto, el título viene a cuento de que ya me siento cómodo en el trabajo, pero al mismo tiempo, no me siento cómodo conmigo mismo y con mi vida. Es otro mundo, y no sé si estoy hecho para habitar en él.

Con otros ojos

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Hace ya unos días, me uní al club de los que usan anteojos.

Desde hace tiempo sé que mi vista no es perfecta, y tengo problemas para ver de lejos. Nada grave, por suerte, pero la falta de ganas de comprarme unos me obligaron a adaptarme a las circunstancias. Reconocer a un colectivo a lo lejos por la forma del carrozado y no por el número; reconocer a una persona conocida por la vestimenta, su contextura y forma de caminar, etc. etc. Talentos extraños, sin duda alguna, y generalmente útiles, aunque no infalibles. No pocas veces me perdí de saludar a alguien.

Rápidamente, sin embargo, estos anteojos se han incorporado a mi vida. Me dicen que tengo que usarlos frecuentemente, casi todo el día, y que frente a la computadora descansan la vista. Por suerte, no han salido tan caros como me lo imaginaba, algo que mi bolsillo agradece mucho. Supongo que se irán pagando solos. Por lo pronto, me siento como si estuviera viendo todo en HD, constantemente. Sobre todo a las señoritas. Ahora las puedo ver desde más lejos.

Y lo peor es que me quedan bien.

Corto Maltés (y II, más algunas cosas mías)

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Con la colección terminada de leer y descansando bien abrigadita en la biblioteca, me siento un rato a contar una serie de cosas más personales que tienen que ver con la misma.

Lo que sorprendió al poco tiempo de leer Corto Maltés es su enorme diversidad de registros. Algo con lo que me he encontrado pocas veces, generalmente en el anime, en el cual una serie puede ser trágica, cómica y dramática al mismo tiempo, pero que no suele suceder fácilmente en la narrativa occidental, al menos en la animada y en el comic (al menos, que yo haya visto).

Sin conocerlo, ya sabía que la cosa iba de aventuras y acción, pero no pensé que fueran de este tipo. Corto tiene aventuras en el desierto, en la jungla, en los campos de batalla de la Gran Guerra, en el Pacífico, en el Amazonas, en sus sueños, en una Irlanda golpeada por el terrorismo separatista, en las tierras míticas que yacen entre la mente de un escritor y sus referencias de siglos pasados, en los sueños afiebrados de un tipo medio loco, en una Buenos Aires llena de corrupción policial... En fin, en todas partes.

¿Qué le permite esto? Por un lado, una tonelada de contactos y buenos amigos, pero también una ocupación tan antigua, lucrativa y romántica como pocas: la de contrabandista. Su barco (el cual, curiosamente, no vemos como un protagonista, y en el cual no se hace hincapié) es su reino; o mejor, lo es su propia voluntad. A veces caprichoso, generalmente cabeza dura, Corto Maltés siempre sabe qué decir o hacer, aunque eso pueda costarle la vida. Pero está lejos de ser el clásico personaje que se las sabe todas, el que se gana a las mujeres y tiene plata. Vemos a sus amores pero nunca sus resultados; sus reacciones pueden ser caprichosas y poco entendibles, y en no pocas veces declina el dinero para ayudar a una buena causa (generalmente una revolucionaria y/o independentista, lo cual me llama también la atención). Es un personaje ambiguo, que a veces parece desprendido e idealista y luego se muestra como interesado, o demasiado permisivo con las acciones negativas de los que lo rodean.

Todo esto, claro, lo hace todavía más interesante. Descubrí sin duda alguna a un personaje fascinante, que espero poder seguir descubriendo más adelante.


Escuela de comics
Otras de las razones por las cuales decidí continuar comprando Corto Maltés fue la evidente maestría de Hugo Pratt en la narración visual.

De ser sincero, no siempre me gusta cómo dibuja Pratt, aunque comprendo que en su época, a veces había que dibujar rápido y punto (y en esta época, a veces también). Algunos rostros cambian de viñeta a viñeta, o tienen gestos demasiado exagerados. A lo mejor es algo de gustos, pero ciertamente, sabía resolver mejor ciertos rostros que otros. Corto Maltés es siempre el mismo, está impecablemente dibujado. No sucede lo mismo con otros personajes menos recurrentes. Mención especial para los automóviles de época, que parecen calcados de una foto, y se lucen en historias como Tango.

Pero, mucho más allá de eso, me atrapó su forma de contar, tan directa, tan vacía de juicios. A veces Corto es un personaje amoral, o casi; a veces se rige por códigos envidiables, con una seguridad nunca vista. Nadie, fuera de unos pocos personajes, lo juzga. La casi total ausencia de recuadros de textos que nos ubiquen en tiempo y lugar, o que muestren pensamientos o cuestiones de narrador omniciente, es algo que me llevó a plantearme seriamente mucho de lo que estaba haciendo en cuanto a guión de historieta. Estamos lejos de ver uno de esos comics en donde el narrador ensalza al personaje y se gasta contando cómo es de astuto, de fuerte, etc. etc. En Corto Maltés, el narrador omniciente es la misma viñeta, que nos dice todo lo que tenemos que saber. Lo demás, ya es opinión nuestra.

De la misma manera que me sucedió con El Eternauta, he aprendido mucho simplemente mirando cómo se puede hacer para mantener el suspenso, alargar un momento sin cansar, o justamente acelerarlo con el estilo y ritmo deseado, evitando viñetas demasiado obvias pero manteniendo las que son necesarias.

Solamente por eso ya vale la pena comprarlo.


Recuerdos anticipados
Otro comentario personal viene por el lado del recuerdo y el olvido. Hace tiempo, cuando cursaba el tercer año de la universidad, me adelanté (tendría que haber iniciado en cuarto año) a anotarme en el curso de Italiano I. El trabajo final implicaba la traducción de un texto completo, moderadamente largo; yo elegí, de la biblioteca de la facultad, un librito de Umberto Eco, llamado Tra menzogna e ironia (Entre mentira e ironía). Título que obviamente me atrajo, y bajo el cual se reúnen cuatro textos breves de este semiólogo italiano.

Uno de ellos estaba dedicado a Hugo Pratt y a Corto Maltés. No es mentira, pero es ironía: el libro no lo tengo, y aunque debe estar por ahí la fotocopia, no podría leerlo. Mi italiano está completamente oxidado después de años y años de no leerlo ni escucharlo. ¿Qué me queda? Pues buscar la traducción propia y leerla... y tal parece que no está en mi computadora, así que a buscar en mis archivos. Claro que puedo bajar el texto de Internet, pero no tendría gracia...

Y una más, sobre las vueltas de la vida. En Italiano I (recuerden que me metí un año antes de lo debido) conocí a una chica, que sigue siendo una amiga, y que me presentó a quien ahora es otro amigazo, Sebastián, quien me consiguió el actual trabajo y a quien dedico esta entrada. A él también le gusta mucho Corto Maltés, y sé que siempre quiere aprender algo más del personaje y de los comics en general. Para cuando esto se publica, él y su flamante esposa estarán volando hacia el Caribe (si no me equivoco, a México).

Mis mejores deseos de felicidad para ambos y de nuevo la dedicatoria de esta entrada, que se te venía debiendo desde hace tiempo. Si ves humo en el horizonte, ya sabés: la empresa se fundió porque no estabas. Es así de simple :D