A dos semanas del evento, creo que ya lo dije todo, y esto parece algo superfluo. Pero la cuestión es que me gusta dar un cierre a este tipo de comentarios.
El de este año se me antoja diferente, muy diferente, pero esto se debe a que no recuerdo fielmente qué sentí el año pasado, cuando hice algo similar. Tal vez lo bueno es esto, que no se repitan los esquemas.
Desde el año 2007, más o menos, estoy metido en el tema comics no solamente como lector sino como guionista y estudioso en general. He transitado por muchas experiencias y de alguna manera, este Crack Bang Boom fue la primera cosecha de un largo período de siembra.
Lo digo porque, más allá del concurso de comics de 2010 en el cual gané una mención con Fernando Kern, llegué a la convención con una historia editada a nivel nacional (en La Murciélaga nº9, junto con Sebastián Zalazar), con mucha experiencia encima, armando una revista de comics (Terminus), escribiendo guiones de todo tipo y temática para diferentes dibujantes del país, etc.
Y aunque la cosecha de cada uno de mis amigos dibujantes es diferente, y algunos todavía la esperan, creo que este fue el tema central de la convención: la publicación, el mercado editorial, es verse uno mismo como trabajador de las viñetas.
Esto se debe tanto al hecho ya mencionado (muchos dibujantes que participan desde hace años buscando un espacio) como a la consolidación de un mercado incipiente a nivel nacional y a la insistencia de los organizadores en la presencia de editores y editoriales que no solamente vendan, sino acepten proyectos (eran varios los stands que explicitaban el pedido).
No fue solamente cosa mía, sino también de muchos otros. Y aquí el tema llega a la madurez. En parte porque muchos estamos maduros para editar (algo que varios dibujantes de renombre le dijeron, por ejemplo, a Santiago y a Juan), sino porque descubrimos que los mitos de la infancia son eso, mitos. Aprendimos que lo que parecía mágico y simple, ese boleto dorado que todos queríamos ganar, no existe.
El caso principal quizá sea el de Lisandro Estherren. Seleccionado por editores internacionales en las dos primeras convenciones, luego de mucho trabajo y muestras, no sucedió nada. Y sin embargo, gracias a un contacto local, ahora está trabajando en su primer trabajo para la Editorial Pictus. De todos los conocidos, es el único que fue seleccionado en las tres convenciones; ahora queda esperar qué dice Rustemagic al respecto.
Pero como él hay muchos que, habiendo sido seleccionados en primer año, o el segundo, o los dos, nunca recibieron una respuesta clara. Hacen muestras, se dedican a ellas, las envían, y al poco tiempo, nada de nada, silencio total sin respuesta de mails. Tal vez el mercado estadounidense está demasiado agitado, debajo de la superficie, y no podemos verlo. Tal vez ni los editores saben que quieren, que vende, que deberían buscar. Si nos ponemos a leer la prensa especializada, vemos rápidamente que incluso los gigantes como Marvel y DC (sobre todo esta última) tienen muchos problemas para manejar la exageradamente grande cantidad de publicaciones que sacan al mercado mes a mes. Es algo totalmente desquiciado, como cuando una planta se va en vicio y crece más de lo que debería. Hay algo en todo el mercado editorial que atenta contra sí mismo.
En la segunda gran charla, la del viernes (pueden ver la primera parte aquí, está subida completa a Youtube), surgió de las preguntas un tema particular, justo mientras muchos de estos dibujantes amigos charlaban conmigo sobre estas malas experiencias, esta barrera de silencio y desentendimiento de los editores estadounidenses. Grandes luminarias como Enrique Alcatena nos reconocían que siguen trabajando diez, doce horas al día, entregando a veces un total de 300 páginas al año (o sea, casi una por día, sin descontar fines de semana). Y digo "siguen" porque este volumen de horas de trabajo y de páginas anuales eran, según sus palabras, aproximadamente las mismas que cuando comenzaron a trabajar para editoriales como Columba o Record.
Los cuatro dibujantes de esa charla (Risso, Gómez, Pedrazzini y Alcatena) desmitificaron totalmente al editor extranjero, que tal vez "paga más" (relativamente, porque en realidad el dinero rinde diferente por el cambio), pero que exige la misma cantidad de trabajo. Alcatena, un dibujante, dijo, desde otro punto de vista, lo mismo que Rustemagic, un editor: no es ético trabajar "de menos", entregando un trabajo improvisado porque se nos paga poco, y trabajar a full si se nos pagan mejor. Esto repercute en los resultados, y es visto por el editor, quien tarde o temprano va a despreciarnos: después de todo, si nosotros valoramos el trabajo por lo que cobramos y no por lo que disfrutamos haciéndolo, no vale nada.
Entonces, si los editores extranjeros no son mejores que los locales, si los sueldos son más o menos los mismos, y si el nivel de trabajo de un principiante es el mismo que el de un maestro, la respuesta no está en un "tipo de afuera" que te salve al elegirte, sino en el hecho de mejorar constantemente, de insistir, de seguir practicando y de seguir insistiendo a la hora de presentar proyectos o muestras.
Quien más, quien menos, entre todos mis amigos dibujantes, este año se llevaron una respuesta al respecto, una propuesta, una nueva oportunidad. Algunos en la ilustración, otros en comics, otros en proyectos que todavía hay que armar. Pero entre una cosa y la otra, todos nos fuimos contentos, con un nuevo sentimiento de logro, a pesar de los rechazos de este o aquel editor. Primero, porque algunos de nuestros "dioses" nos elogiaron mucho lo logrado. Segundo, porque justamente nos dimos cuenta de que no eran dioses, sino personas que, como nosotros, en su momento sufrieron mucho para insertarse o mantenerse en la profesión, que no es fácil. Por una puerta, por una ventana o por el techo, lograron entrar en el mercado y ahora siguen usando esa misma pasión para continuar dentro. Y eso es lo que nos dejó la convención, creo yo.
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