Hace más de dos años, escribí un artículo para una sección del portal Comiqueando, que tuvo una buena recepción. Como seguía abierta la posibilidad para otra colaboración, así lo hice.
Sin embargo, este texto, escrito hace ya dos años (casi exactamente), nunca fue publicado.
Hasta hace dos semanas.
No conozco la razón del delay, porque nunca reclamé su publicación ni nada similar. De hecho, hace unos meses decidí recuperar el texto y publicarlo en el blog; entrada que ahora elimino para respetar su publicación en el medio para el que fue pensada.
No creo en las coincidencias. ¿Cómo puede ser coincidencia que lo publiquen justo a días de un evento que homenajea a Robin Wood, justo poco antes de Crack Bang Boom 3, justo cuando estamos enfrentando los interrogantes del artículo con un grupo de colegas amigos?
Soy de creer en los buenos augurios, y considero que este lo es.
Dando por sentado la publicación del mismo, empecé a escribir una
entrada que lo complementaría. Una entrada que nunca borré y que ahora
tengo que reescribir y terminar, porque en esos dos años han pasado muchas cosas
en mi vida y en el mercado. Los dejo con ella.
En este artículo que fue publicado en la versión online de Comiqueando,
me preguntaba por qué el comic de aventuras, que tanto había definido
la historia gráfica argentina, había desaparecido de los puestos de
diarios, de las comiquerías, de todas partes.
Desde
hace años, las antologías y los comics de aventuras, de acción, incluso
los de terror o simplemente los de fantasía han ido perdiendo mucho
terreno. De la nada, o de un pasado desconocido para muchos y de grupos
muy bien organizados y algo ocultos, han ido apareciendo revistas under,
publicaciones regulares e incluso novelas gráficas o libros de costosa
edición, a veces contando con la colaboración de grandes autores o
conocidas editoriales. Sin embargo, la enorme mayoría de estos
emprendimientos son de un tipo de comic bastante inusual en Argentina:
el de humor absurdo, autobiográfico, el de los dibujos "garabateados".
Una búsqueda estética totalmente diferente a la anterior, algo que
merece un estudio aparte, mucho más elaborado y pertinente.
Y
mi pregunta apuntaba a esto: si hay editoriales e individuos que se
atreven a invertir dinero en estas publicaciones, en un país con gran
inflación y muchos vaivenes económicos, en un país donde poca gente lee y
muchísimos menos leen comics (a pesar de un glorioso pasado), y si
estas publicaciones se venden razonablemente bien, ¿por qué no otros
géneros?
Varias eran las opciones que barajé en mi
cabeza. Una de las primeras que tuve fue que no hay suficientes guionistas y dibujantes interesados
en estos géneros tan fundamentales. Y si los hay, no encuentran espacios para expresarse a través de ellos.
Esta es otra opción. Justamente porque se perdieron estos espacios, tal vez los
nuevos editores los ven como cosas del pasado, y no quieren competir con
la gran cantidad de material de saldo o usado que todavía se encuentra
en las librerías de viejo o se reeditan en recopilaciones.
Yo, al igual que muchos otros que conozco, nos seguimos preguntando por qué, si en Córdoba han surgido proyectos de publicaciones regulares de altísima calidad como La Murciélaga y editoriales de muy buen nivel como Llano de mudo, en Rosario,
cuna y hogar de varios de los mejores dibujantes de comics del mundo (y
de sus alumnos), ciudad similar en muchos aspectos demográficos y sociales pero con ciertas ventajas comerciales y culturales, no hay nada ni remotamente parecido.
En los dos años que pasaron desde que escribí el artículo, cuya primera versión terminaba justamente aquí, no encontré ninguna respuesta a estas preguntas. Tal vez no las busqué lo suficiente, pero tal vez se fueron respondiendo solas, de a poco. Por un lado, en la recopilación de más y más material de esa época gloriosa, material que indefectiblemente se vendía bien; por otro lado, en el surgimiento de títulos de pequeña envergadura (comercialmente hablando) que con reediciones o continuaciónes demostraban que el mercado estaba maduro, o al menos, estaba madurando de a poco.
Sin embargo, a veces uno busca respuestas que no necesita. ¿Por qué? No sé. Si hay algo que aprendí gracias a la filosofía analítica es que hay que saber plantear las preguntas. La de hace dos años tal vez no se pueda responder, y aún así, posiblemente no nos diga nada significativo.
La verdadera pregunta es: ¿qué hacer?
La respuesta es: crear.
Y por eso no creo que sea coincidencia que este artículo resucite justo cuando estamos organizando la Revista Terminus, con varios de los talentos locales que comparten conmigo las ganas de seguir explorando visualmente estos géneros.
Solamente así responderemos esa y otras preguntas.
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