Tabula rasa III: la facultad


En la mudanza, uno de los items más arrinconados y polvorientos resultaron ser mis apuntes de facultad, o mejor dicho, lo que quedaba de ellos.

Como muchacho prolijo que soy, el grueso de fotocopias, apuntes y trabajos prácticos los tengo archivados en dos cajas grandes, separados por materias (cada bolsa tiene cosas diferentes). Claro que el galpón donde los tengo está lleno de insectos y polvo, pero mientras mis gatos duerman en otro estante, todo está bien. Cada tanto los movemos y limpiamos.

Pero quedaban dos cosas. En primer lugar, una enorme bolsa con todo lo que dimos en Historia Argentina y Latinoamericana (y algunas cosas más). Una hermosa materia de 2º año, que promoví y aprobé con 9 en un examen oral en el que hablé casi exclusivamente de la Revolución Cubana. Lo curioso del caso (promoví todas las materias de ese año) es que, a diferencia de las demás, todo ese material se lo había prestado a una amiga/conocida, que iba a rendir libre. A la pobre le habían perdido el legajo académico, y tenía que volver a rendir varias materias ya que ciertos profesores no le reconocían las firmas en la libreta universitaria (cosas de la Argentina, como siempre).

Más que nada me dio pena esa situación, y accedí al préstamo. El tema es que perdí contacto con esta chica, y por mucho tiempo me maldije por no respetar la regla de no prestar cosas a desconocidos. El tiempo me quitó la razón, porque volví a encontrármela años después, trabajando en el programa de cursos de ingreso, lo cual derivó en el retorno del material a mi poder. Ahora descansa con las demás bolsas de material impreso.

La otra parte de los apuntes que no estaba enterrada era, posiblemente, la más agridulce. La componen tres capas: una breve, de material para los cursos de ingreso a Comunicación Social. Una época linda, sin duda, pero que este año no repetiré: lo hice tres años seguidos (febrero-marzo de 2007 a 2009) y le perdí el gusto, las ganas, la pasión. Confieso que no tengo ningún reproche hacia ninguno de mis compañeros o responsables de programa, sino todo lo contrario, la iniciativa me parece genial y siempre estuvo bien enfocada, y creo que sirvió de mucho. Pero las prioridades cambian y también los gustos, lo que uno quiere hacer. Ya no sigo tradiciones que han perdido el significado. No presentarme como voluntario este año fue una decisión que tomé en un par de segundos pero que cada tanto lamento, como si me hubiera costado más. Tal vez no me duele tanto porque sé que la puerta seguirá abierta en los años por venir.

La segunda capa, la más grande, la componen los apuntes de mi adscripción al seminario optativo "Conjeturas sobre el Sujeto. Reflexiones sobre los vínculos sociales y políticos en la cultura mediática” (también conocida como Cátedra Bla(st), para abreviar). Época que no llenó todas mis expectativas, aunque me permitió mantenerme cerca de la facultad y aprender muchas cuestiones contemporáneas de las ciencias sociales. Época que me hizo conocer a ciertos autores muy interesantes, plantearme proyectos que tal vez nunca lleguen, o que sí. Además, claro, de conocer gente muy capaz y buena en lo personal, que espero formen el futuro de la carrera como docentes y/o investigadores, allí donde yo no voy a estar.

La tercera capa, las más agria, la comprenden apuntes que tomé de varias materias para armar un marco teórico para un proyecto de beca que nunca llegó. Sin trabajo y sin otras alternativas, como muchos compañeros, busqué una forma de utilizar lo que había aprendido en la carrera para mantenerme. No funcionó; a pesar de todos los esfuerzos que hice, eventos fuera de mi control me quitaron la posibilidad. El ni siquiera llegar a entregar el proyecto terminó de marcar mi alejamiento de la facultad: si bien seguí con los cursos de ingreso, algo me dijo que mi destino no estaba en la universidad, así como mucho tiempo antes algo me dijo que no tenía que seguir la carrera militar. En todo caso, tampoco es muy probable que ejerza mi título en algo acorde, así como están las cosas en este país. Por lo menos puedo decir que estudié algo que me gustó y me gusta, que me enseñó y me enseña muchas cosas útiles e interesantes.

Después de sellar todo esto en una bolsa plástica, procedí a la canibalización de todos los elementos útiles. La vetusta carpeta de la universidad fue reciclada al recibir folios con recortes de tecnología militar y PDFs impresos que hace tiempo quería ordenar. También me quedé con los folios antiguos. Las hojas con anotaciones fueron con las fotocopias, y las muchas que estaban en blanco (¡tienen varios años de inactividad!) fueron a parar a la pila de borradores, que sigue creciendo (la que creé en ese fin de semana se alimentó de tres fuentes diferentes). Nada se tira señores, todo se aprovecha.

Como broche final. ¿Qué es lo más loco que podría haber encontrado entre los folios de la carpeta que guardaba mis últimos apuntes? Ojalillos. Sí, sí, tres planchas de ojalillos, dos casi enteras, la otra muy gastada. Qué tiempos aquellos, que noño era, manteniendo la prolijidad de la secundaria en la universidad. Qué tiempos aquellos...

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