Un eco simulado


Hace tiempo empecé a escribir una serie de cuentos. Muchos terminaron siendo no tan buenos como esperaba; otros son más bien experimentos, y otros tienen temas repetidos desde diferentes ángulos. Aquí va uno de esos, que es más bien una humilde silly story, nada serio ni con pretensión de literatura de altura.



Teníamos aquella extraña relación... tan hermosa, tan delicada, tan perfecta. Ella, claro, tenía que arruinarla mudándose a Marte.

Es imposible tener una relación de ese tipo a distancia.

Ella no me soportaba, pero yo la amaba. No llegaba a odiarme; más bien era displicente conmigo, implicando en cada frase, cada palabra, cada tono, que yo era inferior a ella. Todavía no me perdonaba el que le hubiera dicho lo que sentía.

Por diversos motivos que no vienen al caso, la relación había perdurado. Ella, llamándome a las dos de la madrugada para insultarme por algo que había hecho en el trabajo. Yo, llegando al día siguiente con flores y bombones a la oficina, para ser echado a golpes de pétalos y proyectiles de chocolate.

Baste decir que me encantaba ver cómo su carita reflejaba el odio que yo proyectaba como amor.
Pero no... ella quería mudarse a Marte.

Supe que no podría disuadirla, aunque lo intenté. En el camino ensayé una solución. Algo que nos permitiría seguir con esa relación que llenaba mis días y mis noches. Esa relación que ella subestimaba, llamando enfermiza, decadente, patética y abusiva, pero que era perpetuada por ambas partes.

-¡Es la peor cosa que me has hecho!- esas fueron exactamente sus palabras cuando le planteé mi propuesta, mi respuesta a su huida. Porque en realidad, ella huía (me lo dijo minutos antes, con otras palabras) de una relación sin futuro, pesimista, irreal, en donde ninguno podría comprometerse del todo.

Tal vez se sintió desplazada. Creo que fue eso. El hecho de saber que la réplica era tan perfecta que ahora podía vivir sin ella.

Partió para Marte esa misma noche, cambiando su boleto para salir más rápido de mi vida. A eso de las tres escuché su voz por el teléfono, aunque supe que no era ella. No hay teléfonos en las naves espaciales.

-¡Eres una basura inmunda! ¡No puedo creer que hayas tratado de reemplazarme con una máquina! ¡Te odio, nunca voy a perdonarte esto!

Como siempre, intenté interrumpirla con excusas, que ella no escuchó.

-¡Y ni se te ocurra traer dulces mañana!

Hasta el chasquido de la bocina del teléfono fue idéntico. Era la perfección encarnada, mi máxima creación.

Ah, el amor... tan dulce, tan profundo, tan susceptible de ser duplicado por un androide reprogramado...

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