Esos ojos grises


Continúo con mis silly stories sobre androides, son una trilogía, podemos decir, así que esperen el tercero.


-No lo entiendo, Niki. ¿Cómo pudiste haber pagado la fianza?

Niki, claro, era un nombre tonto. Pero todos los nombres son tontos cuando uno tiene que nombrar a un androide de servicio. Conocía personas que sólo los llamaban “tú”.

-Está dentro de mis posibilidades. Además, sabía la combinación de tu cuenta. ¿Recuerdas que tuviste que decírmela el otro día?

Todavía afectado por las noticias, Egon no notó el tono demasiado familiar de la voz, ni el hecho de que su androide lo tuteara. Se pasó la mano por el escaso pelo, parpadeó y se tomó un trago.

-Pero… ellos dijeron que antes declaraste en mi favor. ¿Cómo pudiste hacer eso? Yo no estaba aquí, Niki… No puedes mentirles.

Había bebido demasiado rápido y recordó que no había desayunado. Tuvo que sentarse a su lado, en el sofá.

-Claro que puedo hacerlo, si es para defenderte.

Todavía algo mareado y sintiéndose sobre una nube, trató de enfocarla. Cuerpo de una mujer joven, pero no muy atractivo. De otra manera la empresa no podría colocar el producto en el segmento de recién casados. ¿Llevaba puesta ropa de su esposa? No, no podía ser. Niki tenía su propio guardarropa, compuesto exclusivamente de uniformes de servicio. Sus manos estaban sobre sus rodillas, como esperando algo. Logró mirarla a la cara. Nunca programaban bien las sonrisas, que eran demasiado plásticas, casi macabras. Por lo demás, era el rostro de cualquier veinteañera.
-Los… los androides no miente, Niki.

-Por eso me creyeron. Pero vamos a tener que hacer más para mantenerte fuera, querido. Están investigando todo…

-¿Querido? Niki…

Intentó levantarse, pero el alcohol y una suave mano lo detuvieron. Ella lo miró. Sus ojos grises… siempre le habían llamado la atención esos ojos. Su esposa no había querido que Niki fuera rubia, y él no había tenido problema, porque en ese rostro tan sencillo, los ojos grises y el cabello oscuro creaban un contraste sutilmente llamativo.

-Yo… no podía decirlo con ella aquí. No podía soportar ver cómo te trataba. Pero hiciste lo correcto y no debes arrepentirte. Ahora que no está, puedo decirte lo que siento.

Se dejó caer gentilmente sobre sus piernas. Aunque hubiera querido, no hubiera podido levantarse.

-Egon, querido… verte tan desvalido me causaba tanto dolor. Ahora soy feliz…
¿Qué puedo hacer con un androide lunático?, pensó. No se detuvo a analizar las posibilidades de dialogar con ella. ¿Qué pasaba si realmente se había obsesionado con él? Un amigo, que era ciberingeniero, le había comentado los rumores de defectos casi indetectables en las líneas de ensamblaje de los modelos más nuevos. El mercado avanzaba demasiado rápido.

-Querido… ¿no eres feliz ahora que la mataste?

-Yo… bueno, no… no lo sé.

La tensión, es la tensión. La maté sin pensarlo, es por eso… no quería hacerlo. Si me hubiera detenido uno o dos golpes antes… tal vez podría haber razonado con ella. Bueno, no. Pero hubiera ido a la cárcel por menos tiempo.

-Deberías. Era una mujer horrible. No sé qué le viste… pero sin ella no nos hubiéramos conocido.

Niki se levantó y tomó sus manos con un gesto de fervor. Intentaba llorar, pero no podía. El mismo defecto plástico de la sonrisa, con el agregado de que no tenía programada una cara tan triste. Aquello era grotesco.

Intentó pensar tranquilamente mientras ella posaba su rostro sobre su sien. Podía superarla físicamente, al menos en teoría. Ningún androide era más fuerte que un humano promedio, y mucho menos uno diseñado como mujer. Por otra parte, él no era ningún hombre promedio. Estaba ya en unos cuarenta años de sedentarismo. ¡Era ingeniero, por Dios! Y Elisse siempre lo insultaba por su gordura, y hasta Niki lo superaba en estatura. Finalmente, si ella realmente estaba obsesionada con él, podía hacer cualquier cosa. Tal vez hasta hubiera preparado algo en caso de oír una negativa.

-Egon, querido… dime que me amas. Dime que ahora podremos vivir juntos sin ella. Por favor…

Los ojos grises se acostaron sobre los suyos.

-Claro… claro, querida… no podía soportarla más. Tú, por otra parte, eres mucho más bella, y joven, y buena conmigo…

Es verdad, pensó macabramente. El problema estaba en otra parte.

-Lo sabía… -lo abrazó-. Sabía que me amabas. Ahora tenemos que trabajar juntos para armar tu caso.

Se sentó más lejos y empezó a marcar datos con sus dedos. Está entusiasmada, pensó, como una quinceañera que planea una fiesta.

-Con mi testimonio ya tienes coartada. Estabas aquí trabajando, porque te preocupaba la obra. No tienen huellas digitales ni rastros tuyos, por lo que pude saber, así que…

Había tenido demasiada suerte. Sólo había tenido que empujarla y patearla un poco. La sensatez regresó tarde, pero no demasiado tarde.

El teléfono sonó. De pronto recordó la culpa y su plan anterior.

-No te preocupes, yo atiendo… querida.

La fianza había llegado poco antes de que se decidiera a confesar. Sin ella, todo hubiera sido diferente.

-¿Hola?

-¿Señor Matisse?

-Sí, soy yo.

Curiosa, Niki lo observaba por encima del sofá, sus brazos apoyados en el respaldo. Una curiosidad juvenil inundaba su rostro.

-Soy el detective Gerard.

-Sí… reconocí su voz. ¿En qué puedo ayudarlo?

No podía hacerlo si ella miraba…

-Lo llamaba para recordarle que no puede salir de la ciudad…

Se había dado vuelta. Estaba sentada y le daba la espalda.

-Sí, sí, claro… Sucede que…

Estiró la mano hacia la derecha. Estaba allí. Premio a la Excelencia. La mejor estructura del año… Qué hermoso puente…

Era pesado. Base de aleación. Todo o nada.

-Señor Matisse… Señor Matisse…

Lo quitó del estante con la punta de los dedos y lo aferró en el aire, mientras caía. Sólo entonces sería libre de decir la verdad.

Ella se giró, y de pronto vio sus ojos, inocentes a todo. Recordó cuando tomó la decisión final. Él había elegido ese color, y ahora, Niki lo amaba en esa mirada suave y brillante.

Cayó al suelo, arrastrado por el peso.

-Detective, detective….

-¿Está todo bien, señor Matisse? ¿Sucede algo?

Trató de ponerse en pie. Instintivamente se tomó del respaldo del sofá.

-Tengo, tengo algo que declarar, detective…

¿Qué era eso en sus dedos? Logró erguirse. El líquido refrigerante del cerebro de Niki estaba por todas partes.

-Yo… yo las maté a las dos, detective. ¡Las maté a las dos!

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