Pasaron toda la noche entre arrumacos e ideas. Y finalmente llegó la idea más estúpida y obvia de todas.
-¿Pero no pensaste en vender la casa?
-Sí, si nunca me gustó vivir acá, ya te dije. Pero igual no llegaría.
-¿Preguntaste, la hiciste tasar?
-No, pero...
-¿Y entonces, cómo sabés?
-No me quiero hacer ideas. Es un departamento de mierda.
-Mirá, tengo un conocido en la empresa que es martillero, si querés le digo que pase un día y se fije... por ahí sale más de lo que pensás. La zona está mejor que antes, viste que subieron todos los alquileres... Vos lo vendés, después el tipo lo arregla y lo alquila. Muchos hacen eso.
-Bueno, averiguá. Pero tiene que ser rápido o la van a comprar los otros.
Enrique se portó como siempre, o incluso mejor. A la tarde trajo a su compañero de la empresa, y le mostró el departamento. Laura puso una excusa un poco gastada, una amiga que necesitaba ayuda. Lo llamó del celular para decirle; él ya tenía la llave.
A las dos semanas tenían ofertas, y eran, para asombro de Laura, bastante mejores de las que había esperado. Aceptó la mejor que surgió, y no esperó mucho más. Igualmente le faltaban cinco mil pesos para llegar a los cien mil, pero la plata le quemaba las manos, y la ansiedad era extrema.
Esa noche no solamente se quedó mirando la casa desde su baldosa. Cruzó la calle y lo buscó.
Germán estaba allí, esperándola, apoyado en la pared, junto a su simulacro.
-Hacía rato que no te veía, nena.
-Hacía rato que no quería venir... Hacer esto me pone mal, ya sabés. Es como visitar a un enfermo terminal... ¿Qué querés que te diga? Me pone muy mal no poder ayudarte más con todo este tema. Se me parte el alma.
-Bueno... será lo que tenga que ser. Ya me acostumbré a la idea.
-Tengo la plata... casi. Me falta poco para llegar a los cien mil, pero...
-¡Pero entonces no hay problemas!
-Pensé que dijiste...
-Cien mil es lo que ellos le ofrecieron de entrada, pero a ellos no les importa tanto la plata. Lo más probable es que le dejen parte a los hijos y se muden a una casita cerca de donde vive uno de ellos. Además, la casa es de sus abuelos; no la quieren demoler, pero piensan aceptar porque no les queda otra. Si vos le presentás una oferta así y le decís lo que querés hacer, casi seguro que la aceptan.
-Bueno, pero... ¿Cómo hago? O sea... ¿cómo caigo y les digo que les quiero comprar la casa?
-¿En serio me lo preguntás, nena? ¿Con esta carita y esos ojitos? Aunque tendrías que ponerte algo mejor... estás muy punk para ellos. Yo te acompaño, ya vas a ver, son buena gente. Si los conozco de cuando ni habían nacido... Si yo no los convenzo, no los convence nadie.
Enrique nunca la vio tan contenta. Parecía una nena de cinco años jugando con una muñeca nueva, le dijo. Ella sonrió con sus setenta años de vida, enmascarados en sus veinte.
-No sabés cómo me alegro... Ya sabés que te ayudo en lo que quieras... aunque no creo que quieras que me meta mucho en todo eso...
Laura lo miró a los ojos y algo se deslizó en su alma.
-No te creas... por ahí te sorprendo un poco con las ideas que tengo... Y con todo lo que tengo para contarte.
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