Lágrimas Nocturnas (preludio parte 2)


La despertó su celular: era Enrique. Vinieron los saludos de siempre, el besitos, el cómo andás.

-Che, ¿te parece que pase esta noche por allá? Hace rato que no te veo, mi amor.

-Y... –sus ojos miraron hacia abajo y perforaron la cama-. Sí, bueno, dale, vení. Me despertaste, te dije que yo te iba a llamar.

-Sí, pero ayer no me llamaste.

-Sí, pero... bueno, después te cuento. Vení cuando quieras. Chau.

-Chau.

Pobre Enrique. Algún día se lo iba a decir. Pero por ahora no. Era demasiado temprano.

Dejó el celular a un lado y sacó de nuevo el maletín. ¿Qué le iba a inventar? Algo le iba a tener que decir, porque tenía que convencerlo de que todo estaba bien... y no estaba nada bien.

Prendió la televisión, y miró parte de una película. El sol del desierto le quemó los ojos. Ella, que tenía cincuenta años más de los que aparentaba, recordó el sol de su niñez.

Cambió el canal y puso las noticias. Lo de siempre la sedaba, y se tranquilizó sabiendo que tenía a Enrique como un pajarito, comiendo de su mano. Siempre le decía cualquier cosa y el pobre se la creía, y luego venía un besito y alguna otra cosa y listo. Ya estamos bien de nuevo.

Miró el maletín, sobre la cama. Miró el departamento y vio un desastre. Todo estaba parejo. Ella era un desastre, sin nada que hacer, con un mal departamento, engañando a su novio... A lo mejor podía abrirlo, si probaba, antes de que él llegara. Cuando suene el timbre lo escondo en el ropero y listo... Tengo tiempo para revisarlo y sacar lo que haya.

Levantó la vista y vio el número de teléfono. ¿Recompensa? No... eso era demasiado... Pero no, era el mismo maletín, la marca, la zona del robo... Era demasiado fácil... o demasiado estúpido... Tenía que ser droga o algo así... Nadie podía dar esa cifra por un maletín, ¿o sí?

Se dio cuenta de que el timbre había sonado por tercera vez. Se levantó, todavía mirando el televisor, a pesar de que ya habían cambiado de noticia. Tenía los números grabados en la retina, y los anotó en su mano mientras pulsaba el botón del portero eléctrico con el hombro. Ni siquiera preguntó quién era.

La cara de Enrique, sonriente y un poco atolondrada, apareció por delante de su cuerpo, haciendo un gesto infantil. La besó rápidamente en los labios y se metió en el departamento, preguntando cómo estaba.

Ella sonrió de manera evidentemente falsa. Él miró la cama y el maletín, como si fuera algo de otra dimensión.

-Me lo encontré en la plaza de acá a la vuelta. Me pareció raro, no sé, lo traje pero no tiene ningún dato, y no se puede abrir. Lo dejé y después vi en la tele que dan una recompensa.

-¡Qué bueno! ¿Tenés el teléfono? Llamá y...

-Sí, acá está –dijo levantando la mano, como si estuviera en clase, mostrando los cinco dedos abiertos-. Pero no quiero llamar. Me duele la cabeza.

-¿Qué te pasa?

-Nada –se ponía mal por fuera, pero por dentro sonreía. Estúpida, manipuladora, malvada Laura. Te odio, vos antes no eras así, ¿qué te pasa? ¿Ahora te hacés la histérica?-. Da para largo, después te cuento... Mirá, te anoto el teléfono y si podés hacerme el favor, llamá y deciles. Me lo encontré y no lo toqué para nada, no sé qué tendrá adentro, estaba tirado entre el banco y el tacho de la basura.
Se sentó en la cama y se lo acercó, mientras buscaba un papel para escribir. Así como lo anticipó, el dócil Enrique no protestó.

-Bueno, bueno, yo llamo y arreglo. ¿Decían cuánto es la recompensa?

-Ocho mil pesos. No me preguntes, a lo mejor no nos conviene preguntar. Andá a saber qué hay acá. Por ahí es mejor no saber nada.


-Y entonces le dije que lo había encontrado una amiga en una plaza y... Y bueno, les dije eso, no me preguntaron mucho más, y me dieron la plata, me hicieron firmar un recibo y todo. Casi me dieron ganas de salir corriendo antes de que se arrepintieran.
Ella lo besó fuerte, ya no por falsedad sino por alegría contenida. Al menos era un avance... totalmente impensado, pero un avance.

Bajó la mirada a las hojas de papel y al lápiz gastado, y murmuró...

-Igual no me alcanza...

Suspiró y miró a su novio. Y se dijo que tenía que decirle algo, y lo mejor era, para variar, toda la verdad. O casi toda.

-Mirá, sentate... te tengo que contar, te di muchas vueltas estos días... Viste que yo soy rara... pero tengo una idea muy buena y no sé cómo hacer.

-¿Qué idea? Decime y lo vemos...

-Te vas a reir... sí, te vas a reir, pero es mi sueño. Ya no quiero trabajar más en el boliche, ahora quieren que trabaje más horas y todo el fin de semana, y hay gente muy rara. Sí, tonto, más rara que yo. Si los vieras... Viste que cuando nos conocimos el lugar era bastante normal, y yo era la rarita del grupo. Pero ahora está más pesado y no me gusta. Y bueno, pensando y averiguando, tuve la idea de abrir un salón de fiestas, o algo así.

-¡Qué bueno! Esos negocios van bien, y vos sos buena organizando. Además sos DJ, sabés de tragos...

-Sí, el tema es que tengo un lugar hermoso, perfecto, y no lo puedo comprar... O sea, es una casa vieja, de esas con salones grandes, es ideal, una fachada muy linda, un poco rota pero linda. Pero no llego, es cara. Tengo sueldos ahorrados de hace años, y ahora con estos ocho mil avanzo un poco más, pero igual es mucho. Es una casa enorme y está en un lugar perfecto, pero viste, es caro, está lejos de acá, cerca del río, cerca de Wheelright.

-Uy, sí, esa zona está complicada. Además de cara, están tirando casas a lo loco para hacer edificios de departamento...

-¡Sí, está remal! Me encantan esas casas... Son hermosas y las tiran así como si nada, no hay derecho. Por ahí también me ilusioné tanto, porque sería como hacer dos cosas al mismo tiempo, tener mi propio trabajo y una casa mejor, porque es grande, yo podría vivir ahí. Y además salvar un pedacito de la ciudad. Así que estoy mal por eso, le di vueltas un montón de veces, y no llego con la plata.

-¿Pero ya sabés cuanto sale la casa? ¿Está a la venta?

-Sí, un amigo conoce un poco a la familia y me dijo que la quieren vender. Es la típica, a los dueños se les fueron los hijos cuando se casaron y ya no la pueden mantener. Tienen que vender porque les cobran muchos impuestos. Y ya hubo ofertas de algún estudio de arquitectos, así que no sé... Son cien mil, más o menos.

-A la mierda, pero es un montón de plata eso... ¿vos cuanto tenés?

-Te dije que te ibas a reir.

-No me río, morocha –le dijo él, sensibilizándose con ese apodo con el que la había abordado la primera noche, cuando se conocieron-. Pero es jodido. ¿Cuánta plata tenés ahorrada?

-Con la recompensa, como unos setenta mil.

-¿Y qué hacés con un boludo como yo?

La sonrisa de ella iluminó la sala.

No hay comentarios: