Un jueves


Despierto en otra época, como siempre, soñando un sueño que no es mío. Deben despertarme de nuevo, al segundo nivel de la realidad, o al primero, no sé cuál.

Salgo al trabajo y como muchas veces, tengo que correr el colectivo. Es otro mundo, otro plano dimensional. Otra vida, otra existencia. Como si no fuera yo, como si fuéramos otros.

Es un paréntesis como cualquier otro, aunque este tenga sus matices. El último mes, todos los días fueron reflejos apenas torcidos, uno del otro, repetición de la repetición, reflexión de espejos.

Nuevamente salgo del trabajo tan cansado que tengo que saturar mis sentidos para no dormirme en el colectivo. La falta de sueño y la música son estimulantes, puestas en esa proporción. Tal vez una cierta sensación de triunfo al ver que termina la semana.

Nuevamente llego a casa con muy poco tiempo. Apenas puedo tirarme en la cama unos minutos para descansar el cuerpo. Me falta muy poco para terminar "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". Así que me pongo a leer, frenéticamente. Es excelente, pero cuando quiero darme cuenta de la hora, ya estoy atrasado. Salgo disparado, tomo el colectivo, pero no, tomo una condena. Toda la semana fue un desvío, un retraso, un abismo de tiempo perdido en caminatas furiosas, colectivos moribundos y esperas. Ahora, desvíos por piquetes, demoras al detenerse en cada semáforo que existe en la ruta, demora al llegar al cruce del tren. Hasta los demás pasajeros protestan más que yo, ofustados por la cadena de demoras.

Nuevamente llego tarde a donde debo estar. Nuevamente maldigo por tener que gastar dinero en recorrer quince cuadras para cumplir con un compromiso serio con el Profesorado. El cansancio y la bronca, la saturación de los sentidos, y la saturación de sentidos, se convierten en algo más.  Como si tuviera que demostrarme algo, como si parte de mi destino dependiera de ello, como si de nuevo tuviera que hacerme fuerte, recorro la distancia en menos de quince minutos, a veces caminando, a veces corriendo, con el peso de las carpetas y la campera de invierno. Y llego, llego y festejo, como si fuera una maratón, como si fuera un mensajero griego proclamando mi propia victoria.

La facultad nuevamente es una gran confusión. La falta de sueño también te hace irritable, y no es momento para pelearse con nadie. Llegamos a un acuerdo, aunque no tenemos ni idea de qué acordamos, qué pretenden hacernos acordar; no tenemos ni idea de lo que estamos haciendo. Es como un club de confusas mentes agotadas, extenuadas, estrujadas. Todos parecemos estar más o menos en la misma.

Salgo, varias horas después, con una sensación de triunfo. He sobrevivido, y algo me dice que lo hice mejor que los demás.

Mi mente está de nuevo zumbando como una abeja. Llego a casa, como algo y me desplomo en la cama. Pero en otro plano, sigo pensando y pensando, volando y volando.

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