Un hueso seco


De pronto me veo lanzado a una caminata espacial, a un paisaje lunar. Ni siquiera el diariero es el mismo, aunque es el mismo. Y no es por los anteojos de sol demasiado modernos y algo desubicados en otoño.

Me empuja una promesa que nadie me pide que cumpla, y que tal vez se ha olvidado. Pero también la necesidad, ¿es exacta la palabra?, de probarme. De ver si soy capaz. Es como sacarse algo pegado al cuerpo, que ya no es de uno pero está ahí.

Han pasado meses desde ese viernes de la semana pasada. Han pasado siglos desde ese día cuando desperté a otro horario y rompí el círculo de segundos y cuadras programadas con el ritmo de pasos de cebra.

De pronto me veo caminando pasos que ya no son míos. Descubro negocios que siempre veía cerrados, que no sabía qué vendían, para qué estaban ahí. Veo otros colores. Llego a la plaza que durante años me alojó, frente a la iglesia. La veía apenas desperezarse, llena de pastos fríos y gorjeos mañaneros. Ahora rebalsa de colores infantiles, de globos, de borrones de cachorros humanos, de besos amorosos en los bancos que alojan indigentes durante la noche.

Paso maravillado ante el paso de los siglos. Cruzo y doblo esquinas que siento de otra vida. Recuerdo que alguien más miró ese semáforo, que alguien más esquivó esas columnas. Llego a donde todo parecía pesado, al centro del agujero negro diario. Llego y de pronto no hay peso; la promesa está bien cumplida, no va a pasar nada. Estoy frente a un cadáver. No, mejor, frente a un fósil.

Me meto dentro del esqueleto del dragón, que ya no tiene color. Las puertas se abren con demasiada facilidad; los pasos no pesan, no hay urgencias ni dolor de oídos. Soy un astronauta frente a un objeto en órbita, limpio, frío, sin emociones.

Están ahí las personas, que importan más que el esqueleto. A ellos y ellas las siento diferentes; no puedo abstraerlas. Las estimo y las aprecio, y las recuerdo de otra manera. Que no se malinterprete. Pero las experiencias que nos unían no están más. No hay recuerdo de ellas; casi me tengo que obligar a mirar papeles o pantallas para recuerdar que esa información nos unía, nos tiraba hacia el fondo del pozo negro, o nos elevaba hacia el cielo. No lo había previsto. No así.

En el camino he descubierto ese desprendimiento, ese desapego. Ahora lo experimento más cerca, tanto que casi parece quemar. Me he enamorado de esa sensación, que me gusta experimentar en el cine. Extrañamiento, lo llamo. Cambiar de realidades. Y esta no llega a ser una película, porque racionalmente sé que fue mía, pero ya no lo es. Hacía mucho, mucho tiempo que no la sentía así. Y tal vez nunca lo haya sentido así.

Charlo con ellos y ellas. ¿Importa? Es algo privado, personal. No tiene nada que ver con esto. Me voy. Salgo del esqueleto del dragón. Y parto hacia la vida real, esa en la que vivo desde hace año y medio. Esa que siempre quise vivir.

Los recuerdos siempre se revisitan.

No hay comentarios: