Obsesión, pérdida de la noción de la realidad, locura y búsqueda de algo imposible de alcanzar. Temas que el genial Darren Aronofsky ha tocado ya varias veces, siempre de manera original, siempre con perfecta del detalle, de lo sutil, de lo que se esconde a la vista pero llega al cerebro.
Black Swan, protagonizada por Natalie Portman y Mila Kunis, es una muestra de que este director, aunque esté haciendo una pochoclera continuación de Wolverine, no le ha vendido el alma a Hollywood (todavía... y esperemos que nunca).
Un argumento impecable
Una joven inocente y un anhelo que parece normal, pero no lo es. Un coreógrafo arriesgado, pero también algo perverso. Y una tercera en discordia que tal vez no sea lo que aparenta... ni lo que la protagonista cree.
Aronofsky desgrana un presente cambiante, que lentamente nos permite ver a una mujer atrapada en la búsqueda de una perfección que siempre se le escapa. Lo que descubrimos es que constantemente hay más capas para pelar, y que no podemos estar seguros de nada. La sorpresa está siempre a la vuelta de la esquina, pero sin trucos baratos ni vueltas de tuerca forzadas o poco originales.
Una vez más el director demuestra que es capaz de hilar historias con un tremendo nivel de detalle, sin que por eso parezcan obvias, pesadas o complicadas.
Buenas actuaciones, el combustible de la historia
Pocas veces he visto actuaciones tan sólidas, tan expresivas, tan sorprendentes. Sólo podía esperarse algo así de Portman, quien nos sorprendió también en papeles duros como el que le tocó en V for Vendetta. Su obsesión, que parece inocente e inofensiva al principio, está perfectamente reflejada en un crescendo que lleva a un final tan fantástico como creíble.
La actriz lleva siempre su compromiso actoral al límite, y eso es seguramente lo que la diferencia del resto. Black Swan sirve para mostrarlos no solamente el lado oscuro de un personaje, sino también de una profesión por fuera muy algodonosa y vistosa, pero por dentro llena de traiciones y sacrificios que a veces no valen la pena. En este caso, la elección de Natalie Portman es particularmente precisa: ella fue bailarina de balet durante años, pero dejó de practicar cuando eligió la actuación como carrera. Esto le permitió darle una cuota mucho más grande de credibilidad al personaje, desafío que Portman asumió retomando la práctica durante un año, antes y durante la filmación.
Pero si de Portman podíamos esperar esto, la sorpresa en todo caso la da su contrapartida, Mila Kunis. Lanzada al estrellato televisivo por la comedia That 70's Show, hasta ahora es, por lejos, la que ha demostrado una mayor capacidad actoral, en gran medida gracias a esta película. En un papel completamente opuesto al de Portman, logra justamente lo mismo: hacerlo creíble hasta en los menores detalles.
Lo curioso es que Natalie Portman fue la que metió a Mila Kunis en el proyecto. Ambas son amigas y Portman, al enterarse casualmente de que Kunis también había practicado ballet, se la sugirió al director, quien estuvo de acuerdo. Esto tuvo un efecto inesperado, ya que comprometió algunas escenas fuertes de la película. Según Portman, les resultó difícil separar su amistad de su actuación; sin duda alguna salieron ganando del desafío, demostrando ambas de lo que son capaces.
Como nota personal, fui a ver la película el 27 de febrero de 2011, justamente el día de entrega de los Oscars. Al día siguiente tuve que aplaudir la decisión de la Academia al premiar a Natalie Portman, que con sus recientes 30 años demostró saber más de actuación que muchos actores que llevan esos 30 (y muchos más) pero de carrera.
Una original forma de filmar
Aronofsky no le teme a nada. Lo vemos apenas empezar, cuando, cámara en mano, vemos como la protagonista va hacia sus ensayos. Cada toma está hecha para impactarnos o para relajarnos, según lo que la historia pida. En este sentido, visualmente, la narración es simplemente perfecta.
La dualidad blanco/negro está por todas partes, siendo la primera y más obvia el vestuario. Pero también está la dualidad de la protagonista, dividida cada vez más por su propia obsesión. El constante uso reflejos en vidrios distorsiona la realidad, mientras que los espejos la parten en muchos pedazos. El director hace un interesantísimo uso de los mismos para evitar los planos y contraplanos, permitiéndonos ver tanto al observador como al observado desde diferentes puntos de vista.
Estos y otros elementos, si bien son evidentes, están instalados de manera lo suficientemente sutil y casual como para no resultar forzados.
Otro aplauso va para los efectos visuales, que a costa de ser extremadamente sutiles sólo nos dicen lo que podemos ver.
Un punto de vista personal
Black Swan es una de esas películas que alcanzan un nivel tan cercano a la perfección que uno teme volver a verlas y encontrar algo que no encaja. Por su estructura argumental, por el nivel de sus actuaciones y por la dirección de Aronofsky (el único que podría haberle puesto la firma), es una cinta inolvidable. Un poco menos cruda que Requiem for a dream, pero igualmente comprometida en sus críticas sociales y dura en lo psicológico, vale la pena invitar a ciertas personas que pueden tardar en aceptar pero que luego nos darán la razón al ver la calidad de la historia.
La película comparte ciertos elementos argumentales con la genial Perfect Blue, del recientemente fallecido Satoshi Kon. Tal vez por eso muchas de las escenas me sorprendieron menos, o no tuvieron tanto impacto, ya que yo, conociendo a Aronofsky, preveía ciertos tópicos. Lejos estoy de decir que ambas películas son similares, o una remake de la otra; en todo caso, lo que puede verse es que la pérdida gradual del sentido de la realidad está igualmente tratada de una manera genial. Mientras en Perfect Blue esto se logra a base de sueños y despertares, en Black Swan la historia continúa avanzando sin repeticiones ni retrocesos, y son los detalles, a veces bastante macabros, los que nos dicen qué es lo que realmente está pasando (o no).
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