Con doce nominaciones a los premios Oscar, de los cuales ganó cuatro (Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actor para Colin Firth y Mejor Guión), catorce nomimaciones para los BAFTA (de las cuales ganó siete, dos de ellos para Helena Bonham Carter y Geoffrey Rush), y siete nominaciones a los Globos de Oro (ganó una para Firth), uno tiende a pensar que la película tiene que ser buena. Incluso con antecedentes de películas también muy premiadas que no lo fueron.
Lo cierto es que El Discurso del Rey llena todas las expectativas que se depositan en ella, particularmente en lo referente a la actuación de los tres grandes ya mencionados. Colin Firth, por primera vez, aparece en un primer rol muy elaborado, que hace juego con su capacidad actoral. Y pensar que Geoffrey Rush hizo de pirata maldito, de Marqués de Sade, de cuántas cosas más... al igual que Helena Bonham Carter, que ya hizo de bruja y de cuantas cosas más, ahora pasa a ser una reina "en serio" y no de cartas.
Pero si las actuaciones se han llevado la palma y han sido la principal fuente de alabanzas para la película, no se puede dejar de lado un buen y sólido guión, que hace creíbles a los que pueden ser los personajes más alejados de la vida cotidiana: una familia real. Sus flaquezas, pifias y errores, prejuicios y aciertos son la clave de toda la trama, particularmente la traba que da razón al título: la tartamudez del príncipe que muchos preveen será el futuro rey.
Algo de historia
El guión está basado en una historia más que real, la cual de alguna manera cambió al mundo. Hacia mitad de la década de 1920 y comienzos de la de 1930, el Rey George V reina sobre un enorme imperio que incluye Canadá, Australia, India, las Islas Británicas e innumerables colonias a lo largo del mundo. Está cerrando un reinado lleno de esplendor, pero el mundo no ha tenido tiempo de cerrar las heridas de la Primera Guerra Mundial cuando un nuevo terror asoma en el horizonte: la Alemania Nazi de Hitler.
Por si esto fuera poco, los avances tecnológicos alcanzados por esa época forman un nuevo mundo: la radio hace que la voz del rey llegue a todos sus súbditos casi instantáneamente, unificando más un Imperio que ocupa gran parte del planeta.
Lo cual no sería tan grave, si no fuera porque el segundo hijo del rey, Albert, es tartamudo. Su hermano mayor y heredero al trono, por otra parte, no parece ser la mejor opción para suceder a un padre severo y duro como pocos, que ha mantenido unido al imperio en los peores momentos. Pero si Albert no puede decir tres palabras seguidas, ¿cómo podrá ser el rey en la época en donde los gobernantes llegan a la casa de todos sus gobernados gracias a la magia de la radio?
La respuesta yace en la experiencia de un ignoto experto en problemas de dicción, interpretado por un genial Geoffrey Rush. Mientras él y su paciente luchan contra los prejuicios de la época y los traumas del pasado, el mundo se sumerge cada vez más en las profundas aguas de la guerra, haciendo cada vez más necesario que el tímido príncipe, que no se considera capaz de ser rey, de un paso adelante para tomar ese puesto.
Aquí es donde la película gana fuerza en otras aristas, particularmente la excelente adaptación de la época que nos ofrece. Siendo una producción inglesa, si uno está informado puede notar muchos detalles como palabras que ya no se usan, pronunciaciones o prejuicios de la época, y un montón de cosas más que, muy posiblemente, en una producción estadounidense se hubieran pedido. Ni hablar de la posibilidad de filmar en las locaciones donde muchos eventos tuvieron lugar realmente (o pudieron haberlo tenido).
Libertades narrativas
A pesar de todos estos detalles históricos tan cuidados, la película no siempre es tan fiel. En realidad, la recuperación más grande del príncipe no se dio en cuestión de años, sino de meses, comenzando mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, a mediados de los '20s. Otra cuestión a tomar en cuenta es la interpretación de Winston Churchill, quien en realidad estaba en contra de la abdicación del hermano del futuro rey George VI, y con quien nunca se llevaron bien. Otros pueden acotar, también, que no deja nada bien parado a este rey de breve reinado (nunca coronado), ya que lo hace parecer como un pelele y no tanto como la figura romántica que deja a su reino por la mujer que ama. Habrá que ver, no soy experto en su figura como para decir si están o no equivocados.
Sin embargo, y a diferencia de toneladas de películas de Hollywood, estos "detalles" no son cuestiones al azar, errores de los guionistas, etc. Se nota que están ahí para contar mejor la historia, hacerla más dramática y emotiva. Si bien podemos no acordar en algunas exageraciones (como la escena final), la película en definitiva es eso, una historia de ficción. Y no pretende ser más.
Conclusión
A pesar de que mucho se ha hablado de cómo la película influyó a hablar más de la tartamudez, ya no como un tabú, no se me ocurre pensarla como una película con moraleja. Evidentemente tiene un mensaje de autosuperación, pero no se queda en eso y muestra la vida de sus personajes sin que todo esté teñido por el mismo.
El hecho de que el guionista de la cinta haya sido tartamudo, nos dice en todo caso que fue un proyecto muy importante para él, tal vez para mostrar al mundo esta autosuperación, tal vez para develar algo que, dentro de la Familia Real Inglesa, seguía estando prohibido.
Es por eso que El discurso del Rey es tan buena: no cae en moralinas y muestra una época tal cual era, llena de luces pero también de sombras.
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