Libros diferentes


Cuando uno compra muchos libros, a veces suceden cosas inesperadas, pero totalmente lógicas desde el punto de vista estadístico.

Algunos libros vienen con detalles; otros con defectos.

El primer caso que me tocó presenciar fue el de una copia de El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. Un pariente mío tiene una librería. Su principal problema reside en que el depósito es pequeño y siempre tiene problemas con el stock. Hace unos años alquiló por un tiempo un local cercano para utilizarlo como depósito temporal, y yo ayudé en la mudanza. Como parte de pago, me dejó llevarme algunos libros que no coincidían para nada con el target de dicha librería, o que simplemente estaban ahí tirados. Fue así que volví con varias joyitas, como una gramática del latín de la década del 70 y una edición bilingüe de Julio César, de Shakespeare, de la década de 1950, encuadernada en tela.

Otro de los libros que me traje fue justamente El hombre ilustrado. No pude leerlo en el momento, pero grande fue mi sorpresa, tiempo después, al descubrir que las hojas saltaban. Todo va bien de la 1 a la 34, pero la siguiente es la 115; sigue derecho hasta la 146 y luego regresa a la 67. Lo más gracioso es que las páginas insertadas fuera de orden no faltan más adelante, sino que se reiteran en el orden correcto; así luego de la 114 está la 115, etc. Lamentablemente, las páginas perdidas no están en ninguna parte, así que quedan menos cuentos para leer.

Más adelante compré una hermosa edición de Perceval, de Chretién de Troyes, con sobrecubierta a todo color, tapa dura y hermosas ilustraciones a color y blanco y negro en cada capítulo. Por cuestiones de tiempo no lo abrí en el momento; casi un mes después descubrí con horror que tenía también errores de impresión y encuadernación. Afortunadamente siempre guardo los recibos y pude hacer el reclamo; afortunadamente también todavía tenían en stock el libro (seamos sinceros, quién compra ya libros de la saga artúrica que fueron escritos hace siglos?). El ejemplar que tengo ahora está en perfecto estado y ahora, al recordarlo, tengo ganas de volver a visitarlo.

De estas dos experiencias saqué rápidamente la costumbre de hojear cada libro que compro, y revisar principalmente la secuencia de las páginas, para evitar la experiencia de El hombre ilustrado. Hasta ahora no he encontrado ni comprado ningún otro libro con ese tipo de errores.

Un caso diferente fue el de El retorno de la Sombra, tomo correspondiente a la Biblioteca Tolkien. Revisaba religiosamente cada tomo apenas llegaba, justamente por lo anterior. Fue así que descubrí que, luego de la página 32, ese tomo en particular repetía esas mismas 32 páginas, pero de cabeza, para luego dar paso a la página 65. De no ser por el faltante de páginas, no hubiera tenido problemas, pero hice el reclamo. Quedé muy conforme porque la operadora tomó rápidamente todos los datos y me aseguró que iban a enviarme una copia nueva con el siguiente envío (dos semanas después). Supuestamente debía darle al cartero la copia defectuosa para que él me diera la nueva, pero en ese momento olvidé comentarle el asunto y él me entregó el paquete de todas maneras. Así que todavía tengo la copia defectuosa, oportunamente puesta de cabeza para diferenciarla de la buena. No me da el corazón para tirarla, y no he encontrado nadie que pueda quererla.




Pero la palma se los llevan por lejos los libros intonsos. Hace mucho tiempo, compré una edición de Stalingrado, de Theodor Plievier, que tenía mal cortados los pliegos que componían las últimas dos páginas. Tuve que cortarlos para poder leer el final, con infinito cuidado y dolor.

Esta anécdota pequeña me lleva a la más grande. Tiempo atrás (estoy seguro de haber contado esto en uno de mis blogs, pero no encuentro la entrada), mi hermano me llamó por teléfono para avisarme de que en una librería céntrica estaban vendiendo antiguos libros de historia militar a precios ridículos. Me leyó los títulos de algunos y, como tenía dinero, le pedí que comprara al menos uno, el más interesante, el que alguien podría arrebatarme. Más adelante iría a mirar el resto.

El libro en cuestión era El principio y el fin, de Adolf Galland (también traducido como Los primeros y los últimos). Una edición de EMECÉ de 1955, con tapa blanda y fotografías en blanco y negro insertas, con traducción al castellano de la Fuerza Aérea Argentina (Galland estuvo en esos años como consultor) bajo supervisión del autor.

Pero claro, un pequeño detalle. No sólo no están cortados los pliegos en sentido horizontal, lo cual dificultaría mucho la lectura pero la permitiría en parte. Hay pliegos enteros que además están sin cortar en sentido vertical.

Básicamente, para poder leer el libro tengo que destriparlo, ya que no se trata de un defecto de algunos pliegos, sino de todos. Algunas páginas, por diferentes razones, han sido cortadas con cuidado, pero posiblemente el dueño original no se animó tampoco a emprender la larga cirugía.


Detalle de algunas de las páginas.
El 90% del libro está en este estado.


Así que ahí está, sin leer. En algún momento conseguiré, calculo, una edición correctamente encuardernada, posiblemente más moderna, del mismo libro. Mientras tanto, sigue ahí, querido y amado, pero sin ser tocado. Ah, y ahora, curioseándolo de nuevo, acabo de redescubrir dos extrañas fotografías, supuestamente tomadas en la época, que el antiguo dueño olvidó ahí, al lado de un Stuka en picada.

Las cosas de los libros antiguos que tanto me gustan.


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