La vida es una cinta de Moebius


Los acontecimientos se forman, como las olas. Y de pronto, se cruzan con la marea, con la playa, con los riscos y los arrecifes. Y todo es igual, pero todo es diferente.

Ha sido una semana repleta de esos pequeños momentos, de esas diminutas situaciones en donde uno sonríe y sacude la cabeza, o parpadea dos veces, o se queda mudo de sorpresa, o lamenta no tener una cámara mental a mano, que grabe con precisión de orfebre todos los detalles.

Mientras escribo esto, mi habitación es un amasijo de cajas, papeles sueltos, cosas amontonadas sobre los muebles y lugares vacíos. He reorientado mi cama, así como una parte de mi vida. Casi como si el viento me hubiera inspirado, en su soplar constante hacia la nada. Porque cambiar no es más que vivir.

Y como en la cinta de Moebius, todo recomienza. Dentro de poco cumpliré un año como desempleado, por propia voluntad. No todo ha salido tan bien como lo planeaba, es cierto, y las oportunidades de trabajo han sido algo acotadas. Hace unas semanas comencé a preocuparme en serio, luego muy en serio, luego seriamente. Pero, ¿qué puedo decir? Me acompaña una persona que haría que el infierno fuera soportable. De pronto recordé los años en los que caí en el desánimo, luego de recibirme y no encontrar lugar en ninguna parte. Años grises y muy duros. Pero entonces estaba solo. El rizo era el mismo, pero era otro.

Se cruzaron en estos días muchos recuerdos, un par de sueños llamativos (al menos uno,  curiosamente premonitorio), reflexiones y alternativas. Fue así que un día cualquiera, en los que fui a pedir consejo a una persona que estimo mucho, aunque conozco poco, se convirtió en un surtido de situaciones sorpresivas, curiosas, hermosas.

Acercarme una vez más a la UCA fue como volver a una especie de burbuja cálida y luminosa, en donde todo podía pasar, como en meses pasados. Meses en los que alcancé un pico, que sin embargo nunca temí no poder volver a alcanzar. Meses en los que me probé muchas cosas, entre ellas que podía trabajar y estudiar, siendo exitoso en ambos campos. Meses en los que probé que podía torcer el sentido de mi vida, hacia donde yo realmente quería. Meses en donde conocí a muchas personas interesantes y de buen corazón, varias de las cuales espero me acompañen a partir de ahora.

Más que hablar con alguien, iba en una especie de peregrinaje íntimo. Volvía, también, por otras razones. Era mi primera vez donando un libro, y qué mejor que darselo a aquella biblioteca tan generosa. Me sentí como si plantara un árbol, y de pronto aquello de todos deberíamos tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro se me presentó de otra manera. ¿Por qué no regalar uno? No todos podremos escribir, pero si damos vida material en un árbol y en una persona, es otra forma más que positiva de dar vida espiritual y mental. Y no veo que haya muchos haciéndolo.

La vida me sorprendió de nuevo, en otro giro del rizo, cuando terminé recibiendo mucho más de lo que fui a dar. No sólo obtuve grandes consejos, sino también ideas, apoyo, recomendaciones. Dos personas más se me acercaron para saber cómo estaba y me ofrecieron su ayuda. Y por si fuera poco, retiré mi título de Profesor Superior en Comunicación Social. Así que ya es oficial.

Decir que regresé renovado a mi casa y a mi vida es poco. De pronto me encuentro como hace un año, lleno de expectativas, ideas y fuego en las venas. Y ella estaba de nuevo ahí para hacer todo mejor.

Como digo, los acontecimientos se forman, como las olas. Coincidía todo. Terminaba un gran proyecto: la restauración de un mueble que me permitirá traer más orden a mi habitación, así como disfrutar otra de mis grandes pasiones de manera más cómoda. Decir que tuve que parirlo de nuevo puede parecer exagerado, pero fueron casi 70 horas de limpieza, lijado y despegado del recubrimiento, reparación, pegado de enchapado, lijado, reparación, pintura, limpieza...

Pero no todo terminaba ahí, había que hacerle espacio en la habitación. De manera que luego de aquella sublime jornada en la UCA, la ola sorpresiva se sumó a la predecible marea. Fueron horas de mover camas y otros muebles, buscando la mejor combinación, esa que añadiera espacio y permitiera el tránsito y el uso de todo lo que estaba a mano. Parecía imposible, pero una vez más demostré eso de que "todo cabe en una taza si se sabe acomodar". Entre muebles y cajas, ese día me gané un posgrado :D

Porque, ya que estaba en eso, ¿por qué no remodelar todo? Entonces empezó la obra más larga: acomodar de nuevo las cajas de apuntes de Comunicación Social, tirar montones de papeles inútiles de todo tipo, reordenar el contenido de varios cajones de una biblioteca, hacer espacio para poner libros y otras cosas que estaban en lugares poco adecuados, seguir tirando, separar papeles que pudieran servir como borradores, seguir tirando, seguir metiendo cajas, ir a buscar más cajas en el negocio de al lado, tirar ahora las cajas viejas que no servían, barrer y barrer todo el polvo, y seguir ejercitando la parte del cerebro que permite encontrar mejores combinaciones para acomodar cosas en espacios reducidos.

Y se pudo. Es medianoche y terminó el día en el que reordené una parte de mi vida. Un día en el que siento que recomencé todo, sin dejar nada atrás. Un día en el que el rizo volvió a cerrarse y abrirse. Porque una etapa que termina no es más que otra que empieza.

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