Personajes del cuento/colectivo


Nueva iteración. El 101 se demora unos minutos más, desde hace ya unas semanas. Me quita preciosos minutos de previsión, minutos de caminar un poco más despacio para llegar. Pero no hay otra. El 146 llega justo antes, pero uno viaja colgado.

Subo con un grupo mediano de colegiales. Me llama la atención la estética que usan: las chicas con pantalones ajustados, y bien vestidas: los chicos como si estuvieran usando lo mismo que anteayer, gorra y capucha. Tal vez porque siempre fui a escuela privada, con uniforme bien reglamentado, no me parece correcto verlos así. Tengo un problema con las adolescentes que usan ropa provocativa. Mi hija nunca se vestirá así.

Afortunadamente son respetuosos y no hacen escándalo, o tal vez están demasiado cansados. A las pocas cuadras suben unos más. Uno habla a los gritos, con voz deforme, sobre sus peripecias con malas compañías: ha sido interceptado por la policía varias veces o ha tenido tratos con gente pesada del barrio. Lo ve como una aventura. Pobre idiota.

A veces, sube uno que pone cumbia villera en el celular. Dos veces, en días muy malos, estuve pensando en decirle que la apague. Ahora no ha subido, o tal vez ha subido pero no pone música. Da igual.

A las siete cuadras sube Sonrisitas, una colegiala que le da nuevo nombre a la angustia adolescente. NUNCA sonríe; de hecho, nunca tiene en sus labios, siquiera, una expresión neutra. Parece a punto de morir de dolor existencial, todos los días. No se da con nadie del colectivo; a diferencia de los individuos anteriores, que confluyen en el mismo colegio, ella sí tiene uniforme y va hacia otro lado. O tal vez hacia el mismo, pero no lo sabe.

Apenas dobla el colectivo por una callejuela, luego de cruzar la vía, sube el Gordobolú. Lo apodé así luego de escucharlo inventar apodos idiotas para sus compañeros, haciéndose el vivo, el más groso de todos. Se parece enormemente al gordo Casero. Sin embargo, hace meses que ya no lo escucho decir nada, ni charlar con su sidekick, un chico mucho más petiso y flaco que parecía su amigo del alma. No sé qué habrá pasado.

En la siguiente parada, siguiendo con los meandros del recorrido, sube la Rubia. La acompañan cinco o seis albañiles, amables y a veces conversadores, buena gente. Ella, siempre con botas altas, chaqueta de algún tipo, buena vestimenta, y una carpeta que la dibuja como estudiante de algo. Nunca se sienta en asientos simples, algo que observé hace meses, cuando el colectivo tenía otro horario y frecuencia, y llegaba a esa esquina sin pasajeros a pie. La única vez que se sentó en uno de esos asientos fue, justamente, frente a mí. No sé qué me seduce de ella; tal vez sea una cuota de misterio. A veces es fría; a veces habla y saluda; a veces muestra felicidad. Creo que la sigo con los ojos solamente para ver en ella algo diferente, para que ese viaje no sea idéntico al anterior.
  
El otro día la vi correr el colectivo. Y entonces me di cuenta de por qué llama tanto la atención: vive al lado de la villa, tal vez en una de esas casas lindas que nadie puede vender por su locación. Este hecho me había descologado sutilmente, y nunca lo había advertido hasta entonces.

En esa parada también sube Jopito, una adolescente bastante bonita, siempre impecablemente peinada. Ahora se le ha sumado una compañera más, extremadamente alta, flaca y cachetona. En las siguientes cuadras, suben otras compañeras del colegio. La última es la Rubita, una chica con un rostro bonito pero que parece haber estado chupando limones. A veces se reúnen y charlan en voz alta, se cargan, se pasan datos. A diferencia del primer grupo, parecen chicos y chicas más sanos. Por lo menos no hablan de boliches raros, agresiones por Facebook o roces con las fuerzas del orden.

Pasan unas cuadras en donde nadie sube ni baja. Luego el Viaducto, luego me bajo. Si no he podido sentarme al fondo, tengo que recorrer un colectivo lleno, y puedo ver más de cerca a algunos de estos personajes. Les deseo un buen día, y me despido mentalmente. ¿Quién seré para ellos? ¿Qué personaje habrán construido, si acaso alguno? Nunca he de saberlo.

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