Como ya conté previamente, el domingo luego de RJR2011 jugué una partida trunca de Citadels. La misma, tal como nos habían pronosticado, arrancó lentamente pero se aceleró en cada turno, mientras íbamos aprendiendo y recordando las reglas.
El juego se desarrolló así de manera algo caótica, por la festividad del momento, y por las diferentes aproximaciones al mismo. Yo, por una parte, traté de desarrollar una estrategia, siguiendo los consejos de los que nos estaban enseñando el juego. Mientras tanto, otros jugadores hacían un juego mucho más aleatorio, no por descuido sino adrede. En más de una ocasión hice una jugada muy planeada (incluso aplaudida por nuestros invitados porteños) que no obtuvo ningún resultado.
Hacia la mitad de la partida comencé a liderarla con varios edificios de muchos puntos, llegando a tener algo así como 18 cuando los dos que me seguían tenían 14 o 15. En ese momento uno de nuestros invitados decidió, después de muchos turnos, sacrificar su Armory para destruir una estructura que costaba 6 oros para construir pero valía por 8 puntos (no recuerdo su nombre). Esto emparejó el juego y me hundió en una serie de fracasos continuados, de los que no pude levantarme hasta que decidí irme porque era ya muy tarde.
El juego me dejó una muy buena impresión, aunque comencé a ver una realidad: el tiempo máximo indicado en la caja no era muy exacto, porque aunque habíamos perdido mucho tiempo explicándolo, luego de casi hora y media de juego no estabamos ni a la mitad de las posibilidades de la partida (a lo sumo había jugadores con cuatro distritos, pero eran tres de ocho).
Días más tarde, en una reunión con compañeros roleros, muy pasada la medianoche, dimos rienda suelta a las ganas por hacer otra partida. Utilizamos una versión más novedosa, que incluía el Dark City Pack, aunque no hicimos uso de estas cartas para no complicarnos.
Éramos cuatro, de manera que redujimos mucho la cantidad de cartas de personajes. Pensando en acortar el tiempo de juego, decidimos eliminar al Warlord, para que lo construido no pudiera ser destruido fácilmente, y también al Bishop, que es un poco su contraparte.
Sin embargo, de nuevo nos encontramos con un juego que duraba más de una hora.
Para decir la verdad, los cuatro estábamos muy cansados y alguno (no diré quién) con alguna copita de jerez de más, pero eso no influyó mucho en la velocidad de aprendizaje del juego. El comienzo fue lento en cuanto a levantar cartas y tomar oros, pero luego de tres o cuatro turnos ya nos estábamos sacando los ojos.
Creo que así el juego es mucho más divertido, porque las estrategias son mucho más efectivas ya que hay menos cartas, y el cambio más seguro del rey plantea constantes sobresaltos. Experimenté varias veces la ventaja de ser el último en elegir carta de personaje, sobre todo porque mis compañeros una y otra vez dejaban de lado al asesino o al ladrón. O viceversa, tomar primero alguna de esas, perdiendo cartas u oros extras para asegurarme inmunidad.
Nos hicimos la vida imposible más de una vez, como cuando yo robé a uno y otro mató al segundo, haciendo que la ronda se cortara por la mitad (casi lo hicimos de nuevo una vez). O cuando arriesgué a robar al arquitecto (viendo que era una carta que alguno de mis compañeros tomaría, y todos tenían oros), y justo le pegué al que tenía muchos oros. Esta jugada de ingenio y de suerte, de hecho, me permitió tener el dinero para dar mi último golpe maestro.
Tomé la delantera, seguido de cerca, hasta que otra vez la maldita Armory significó la destrucción de una estructura especial que me daba oro cada vez que el rey cambiaba de manos. Sin embargo me recuperé y con un poco de astucia y suerte logré construir una estructura de similar importancia.
Finalmente otro jugador construyó los ocho distritos y me obligó a construir uno de poca importancia para sumar al menos tres puntos más, sin que me quedara tiempo de concluir mi estrategia. De todas maneras, al hacer el recuento de puntos, terminé ganando 33 a 31.
Terminamos de jugar a las 6 de la madrugada. Calculamos que la partida duró algo así como hora y media.
Realmente es un juego muy bueno, y tal vez lo compre en un futuro. Aunque amedrenta un poco (a los primeros minutos de explicación uno no entiende mucho), rápidamente se pierde esa sensación y la cosa fluye. Es tremendamente adictivo y crea una competencia constante, divertida y llena de estrategias, fallos y éxitos. Veo que lo que me dijeron es cierto: se puede rejugar mil y una veces, lo cual no hace más que agregarle valor.
Próxima parada, Mad Zeppelin.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario