Siendo tan apegado a los símbolismos, no podía dejar pasar la oportunidad de terminar mi novela el único día del año que solo existe cada tanto. Un día que es igual de largo pero que está anotado como un fantasma, un día que solamente existe cada cuatro años, y si el número del año no es múltiplo de 400.
O sea, ayer.
Digo que fue un día largo porque fue también una semana larga. Empezó con un lunes en donde quise escribir, y no pude. Siguió con un martes laaargo, un miércoles imposible, un jueves agotador y tan pesado que al final apenas me mantenía en pie. Y bueno, tenía que terminar con un viernes al borde del ataque de nervios, en donde perdí la mañana y la tarde en sentirme mal y en trámites que supuestamente eran sencillos.
Así que a la noche me atornillé a la silla, con unos maníes y a terminar. Creo que corté a eso de las 1 de la madrugada de hoy.
No me sorprendió darme cuenta de que ya me había desprendido totalmente del texto. Ya no era mío, ya era de alguien más. Yo ya no estaba pensando como los personajes, porque ya ellos habían pasado a algo más. Y yo también. Me sigo maravillando de esa sensación.
Un poquito más atrasado, pero listo. Mañana releeré la parte final del último capítulo, que fue el que me trajo ciertos dilemas. Sin embargo esta relectura ya no será una reescritura a fondo; será como pulir con la mano para quitar el polvo, y nada más.
Después, a la lectura ajena, que es lo que ahora me importa más.
De más está decir que me siento liberado, y que ya pienso en todo lo demás que tengo que escribir, entre juegos de rol y guiones de comics.
¿Qué más se puede decir? Todavía me queman los dedos.
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