Ayer me tiré a descansar, en medio del calor. La pieza es más o menos fresca, si ponemos la ventilación.
Ya en la cama leí dos excelentes historias de Batman: Sanctum y Terminus. Me recuerdan el enorme espectro de registros que permite el personaje. Un detective nocturno. Noche en todo sentido. Negro de medianoche, como dice en Terminus. Negro de la tumba. Negro del bajo mundo, del alma humana, del pecado, de la cárcel. Negro del futuro y negro del recuerdo.
Cuando tengo sueño, porque dormí mal o poco, trato de dormir una hora de siesta. Costumbre a la cual traté de forzarme cuando era niño, para corresponder con la de mi papá, que siempre laburó mucho. Pero era imposible. Y eso que siempre me levanté temprano para ir al colegio. Supongo que de niño uno duerme todo lo que hace falta, y sueña todo lo que necesita. De grande ya es otra cosa.
Pero ayer no quería dormir siesta. No me hacía falta. Conocía un mejor lugar a donde ir, uno en donde mi mente descansa y sueña, pero en donde puedo darle forma a los sueños. A veces solamente quiero acostarme y entrar en ese lugar intermedio. Es como el territorio de las hadas. A veces te dejan, a veces no. Luché con la incomodidad de siempre. Y pensaba.
Suelo pensar mucho antes de dormir. Por eso a veces tengo problemas para hacerlo.
Pensaba en nuevas historias. Empecé por una, tal vez otra cara del germen de Negro de sangre, lo que era en su primer momento Séptima oscuridad eterna. Una niña sola, un amor que no vuelve, y afuera el mundo está muerto. Pero me dije que no podía hacerla comic, era muy similar a lo que estaba escribiendo. Pero al pensarla como cuento me di cuenta de que no podía. Había ya franqueado esa barrera. Sueño comics, no solamente cuentos.
Creo que ahí me di cuenta y empecé a recordar. Un cuento que empecé a escribir, hace mucho. Un viejo sin familia, a punto de morir. Solo, siempre estuvo solo desde que todos murieron. Pero le llega una noticia. Que raro, este cuento es tan viejo que ni siquiera lo tengo anotado en mi carpeta de cuentos. Pero fue el primero, fue el primer cuento de terror que pensé. Después de tejerlo en mi mente, me dije “tendría que escribir un libro con cuentos de terror”. Es el germen, pero un germen tan hundido que ni siquiera estaba en la capa de los recuerdos.
Mi mente es una serie de estratos geológicos. Solamente hay que cavar y desenterrar.
Claro, pensé. Pensé en buques y en submarinos extraños, ocultos. Pensé en el guión de La máscara, que estoy retocando. En peligros encerrados en islas polinesias y planos cthulhoides, como insinúa Sanctum. Y en no repetirme, pero eso no es repetirse. Un cazador de demonios. Algo en la Patagonia, que cruzó el Atlántico. Sí, pienso en el viejo solo y en porqué murió toda su familia. Y que muchas cosas se pueden encerrar y enterrar en las montañas del centro de Europa. No solamente tesoros robados y oro prohibido. También leyendas. También personas. Y tal vez este cazador busque leyendas, y su enemigo sea también alguien que ha matado a su familia.
Para cuando llegué a eso recordé un nombre de ciudad. Uno que también nombra un cuento que nunca terminé. Uno que puede tener nuevos aires con un pequeño giro...
Para ese momento ya estaba del otro lado de la cama. Recuerdo partes del comic que todavía no escribí, y ensayo diálogos de Cristal de mercurio. Cosas que todavía no había pensado en escribir, pero ya están escritas. Decido dejarlo en capítulos de 5 páginas, porque no tengo mucho para contar y porque ya sé qué y cuanto puedo contar en una página de comic. Cosas que se aprenden a base de leer y escribir... y equivocarse un poco en el proceso.
Me parece que para ese punto, ya un poco molesto por no poder entrar al territorio mágico, me acallé un poco y logré destejer la niebla. Lo siguiente que sentí es que despertaba, y tenía esta catarata de cosas por escribir...
Hacía rato que no descansaba tan bien. Mucho tiempo.
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