Mi infancia y los comics


Mi hermano leía antes de que le enseñaran en la escuela. Supongo que se me pegó; cuando era chico empecé copiando hojas de un destartalado ejemplar de Dailan Kifki, de María Elena Walsh. Como Bart, quería tener un elefante, pero este era más bien metafórico.

Escribía cosas y cosas, como mi primer poema a un árbol que era más grande que mi casa. A lo mejor por eso me gusta tanto J. R. R. Tolkien: tenían que ensanchar la calle y ninguno de los paraísos sobrevivió. Fue un adiós, hasta siempre. Nunca pude treparte.

Después empecé a leer en los árboles, más precisamente en la rama de un ciruelo que estaba en mi jardín. Escapaba todas las tardes para esa esquina de la casa, y tenía todo un método para subir con un libro en una mano (o en la boca, no recuerdo). De tanto hacerlo, al final terminé siendo lector y algo gimnasta.

Mi primer ser querido que murió fue Roy Fokker. No debía tener más de 8.

Eventualmente llegué a la ciencia ficción, de la mano de Asimov y otras cosas que mi hermano leía y dejaba a su paso. Recuerdo cómo aprendí algo de física con Lucky Starr y los anillos de Saturno. Y también a explorar con la mente y el cuerpo los rincones de la realidad.

Pero antes había habido otras cosas.

Supongo que empezó con Billiken y Anteojito. Que casualidad, hoy encontré dos revistas de estas tiradas por ahí, ¡teníamos toneladas! Leo dos páginas de Sónoman (siempre debo recordar el tremendo tema de Soda Stereo). Pero también todo lo demás.

Devoraba esas revistas, comics, tiras y todo lo demás. No sé si todavía las hacen así, con tantas páginas y tantas letras. Supongo que no. Eran universos de colores, grises y cosas locas.

Pero lo que siempre recordaré no era tanto leer estas revistas, sino ir a cortarme el pelo.

Era una peluquería a casi dos cuadras de mi casa, al lado de la casa de mi tía. El peluquero era un tipo de mostachos, el papá de una compañera mía de la primaria. Era una peluquería de las de antes (ey, pero ni tengo 30!!), solamente para hombres. Y así me sentía yo, con unos 10 años, cuando me llevaban y me dejaban ahí esperando mi turno.

Pero no solo me sentía un hombre por el ambiente lleno de voces gruesas, algún cigarrillo, comentarios sobre mujeres y los mostachos. No. Era hombre porque leía las Nueva Aventura que traía el diario La Capital los sábados. Quedaban ahí amontonadas; supongo que no les darían tanta atención como el suplemento deportivo.

Primero fueron Nippur de Lagash y ¡Aquí, la Legión!, del genial Robin Wood. Dos mundos de sangre, humo y muerte, honor y gloria; vastos e inexplorados territorios del alma y del mapamundi. Dos mundos llenos de hombres arrojados al destino de luchar contra la nada, contra la entropía y el caos, con el corazón y los dientes, el alma partida y las manos gastadas.

Con Nippur y la Legión también venía Pepe Sánchez. No, no aprendí nada de las mujeres ahí. De espionaje supongo que tampoco. Pero sé que entendía los chistes.

Después empezó Savarese, y esos mafiosos que sólo Mandrafina sabe dibujar. Vino la sangre en las calles, las balas de las Tommy volando por las viñetas, las mujeres enigmáticas de rubio pelo corto y las muertes inevitables.

Con Savarese también venía Mi novia y yo, donde debo haber aprendido que las mujeres son todas lindas pero algo histéricas, porque nunca están contentas con nada de lo que hacemos. Ah, también imprescindibles. Si había alguna moraleja, era esa.

Y así crecí, mientras esperaba para que me cortaran el pelo y no me perdía nada de los fondos de Mulko o Lucho Olivera.

En algún punto ya no hubo más revistas en la peluquería, a la que empecé a ir solo. Pero en ese momento ya estaba en otra parte de mi vida.


(continúa)

2 comentarios:

Damián dijo...

Siempre me ha parecido muy curioso ese carácter cuasi-biográfico que va obteniendo nuestro historial de historias, comics y animaciones.

Como si cada uno de esos pequeños universos de papel o luz se hubieran convertido en una pequeña parte de nosotros mismos, forjándonos y definiendo nuestra misma personalidad.

Y así, años después, uno no sólo recuerda las historias, sino los buenos tiempos en que las vimos por primera vez, las sensaciones que nos causaron desde entonces y, en algunas ocasiones, qué aprendizaje obtuvimos de ellas.

GNF dijo...

Ya subí la continuación.

Pues sí, es algo que adquiere una dimensión similar a lo biográfico. Sin embargo, estoy en contra de pensar a este tipo de cosas como totalmente definitorias, como si lo que leímos una vez nos influencia para siempre. Esa forma "psicologicista" de pensar que tal escritor puso tal personaje porque tenía problemas con su padre o madre, y cosas así... quiero decir, puede ser que a veces haya algo de razón, pero difícilmente alguien pueda hacer una lectura como esa sin conocer mucho al autor (y pocos biógrafos tienen ese tipo de contacto).

Yo lo cuento como algo épico porque para mí lo fue. Pero solamente es una faceta más de cualquiera de nosotros.

Pero por lo demás, aclaración aparte, estoy de acuerdo contigo.