Siete meses y no quería llover. Siete meses de duelo, de sobrevivir. Curiosamente, como si nada sucediera.
Cielo plomo. Relámpagos. Siento el aroma de la tierra húmeda y el fresco viento. Los pájaros, afuera, claman como lo hacían siempre después del chaparrón. ¡Cómo te extrañaba!
Lluvia y viento me inspiran como pocos. Y cuando estaba pensando en mudarme de país, para tener más tiempo para pensar y escribir bajo la firma de agua y luz, llega y me recuerda que no todo está lejos. La lluvia no se pierde.
Siete meses de sequía que devastó todo. Medio país en llamas o desnudo. Medio yo, medio perdido, medio esperando otra lluvia.
Supongo que si uno espera mucho, siempre lloverá. O eso es lo único que me queda por esperar en esta larga vida de sombras y luces atenuadas.
Pienso ayer que hace diez años dejé la adolescencia y me tiré de lleno a las garras de la adultez. Curioso que no lo haya pensado antes. Tal vez era la seca. Pero ahora veo que son diez años de vida adulta y la seca estuvo en esas partes más jugosas, que no se pudieron disfrutar.
Ahora quiero que llueva a rabiar, que se llueva todo de golpe. Que no veamos el sol por una o dos semanas, de tanta nube gris y estallido de alegría.
Quiero que la lluvia me inunde el sueño y me hunda en la sorpresa. Quiero que me moje de cansancio y me borre el hastío. Quiero que me deje marcas de recuerdos ciertos, que algunas vez fueron.
Quiero soñar contigo y recordarlo, como anoche, al arrullo del viento y sobre el chasquido del agua rompiéndose el alma en el asfalto. Quiero escucharte decir esas cosas que no dijiste, como escucho cantar a los pájaros después de la lluvia o a las llantas patinar en lo mojado. Quiero olerte de nuevo, tan cerca, como hace dos días, que casi te beso y nada pasó… olerte como a esa tierra húmeda que me llena los pulmones y me hace sentir más vivo que muerto.
Quiero que me lluevas encima. Nada más y nada menos.
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