Estoy deshecho físicamente, pero ya no anímicamente. Durante casi toda la semana me la pasé frente a la pantalla corrigiendo todo tipo de problemas que arrastraba de la anterior.
Con tan pocas ganas, Kabolta, que era la prioridad, quedó un poco relegada. Me tranquilicé calculando que recién ayer me quedaba un mes para escribir.
Miércoles y jueves fueron de descanso. Después de un período de hacer demasiadas cosas y llenarse de nervios, lo mejor es eso. Lo aprendí de tantas malas experiencias. Así que volvía ver anime una vez por día, a los documentales y eso. Ah, y a leer de nuevo. Relatos de Tolkien, que me los debía, en el colectivo. La quintaesencia del paladín, en casa. Suplemento que gané en una jornada y bien poco me sirve, porque nunca jugué D&D. Pero como a nadie parecen interesarles los paladines, no consigo comprador. Irónico, porque lo que leo es muy interesante y realmente hace más divertido el jugar con uno, al mostrar todo tipo de opciones.
Hoy sí pude dedicarle tiempo a Kabolta. Un rato a la ambientación; he decidido no dejar el mundo al arbitrio del DJ y el grupo, sino dar un pantallazo por reinos e imperios. Eso implica poner un mapa, así que lo hace más divertido. Debe ser la centésima vez que instalo el Autorealm. Lo curioso es que, como copié las fuentes de mi antigua computadora, tengo todas esas tipografías instaladas.
También empecé a darle forma a los atributos, los cuales ya estaban elegidos y demás, pero solo de nombre. Siempre se me complica explicar qué significan esos nombres obvios que les ponemos a las cosas, a veces.
Lo bueno es que ya llega el fin de semana y ahora sí tengo ganas de escribir. Creo que una vez más, me demuestro que las ganas de escribir vienen también por las ganas de leer. Después de comer, a pedacitos y por meses, ¿Qué significa pensar? de Heidegger, uno tiene que tomar algo de fantasía, sea tolkeniana o heróica, y hacer algo mejor con su tiempo libre. La creatividad muere cuando uno piensa demasiado.
Me enseñó eso una persona que estimo mucho y conocí poco. Era profesor de filosofía y había sido militar. Mezcla rara. Siempre había que tener, me dijo, algo ligero para leer entre tanto libro pesado. Y tenía razón.
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