Un año es lo mismo que un año y un día, o 364 días. Sin embargo, los humanos tenemos una curiosa costumbre, alimentada por los convencionalismos, a sentir más un suceso si tuvo lugar hace exactamente una cantidad estipulada de días, sean meses o años.
En mi caso, es hoy.
Hace exactamente un año llegaba mi renuncia a mi antiguo empleo.
Hace exactamente un año depositaba todas mis esperanzas, laborales y vocacionales, en la pronta finalización del Profesorado. Un giro de 180º que definió como pocas cosas mi vida.
Y el año me toma bien parado, aunque no puedo dejar de reconocer que pudo haber sido diferente. Hasta hace unos días, el trabajo había sido escaso. La última mitad del año pasado había sido más o menos buena, pero no tuve suerte en algo fundamental: la educación pública está hecha un desastre administrativo desde comienzos de 2013, y todo lo relacionado a reemplazos está frenado. A mitad de año nadie aparece en el sistema y se usan los escalafones del año pasado, por lo que las posibilidades laborales se reducían considerablemente.
Justo cuando las cosas comenzaban a apretar un poco demasiado, días tuve una seguidilla de llamados que cambiaron todo. De pronto, ese miedo algo absurso, de cumplir un año exacto sin tener trabajo, desapareció.
Los aniversarios son así. Muchos tratan de ignorarlos, pero lo cierto es que somos seres simbólicos y hay pocas cosas más simbólicas que recordar que algo sucedió en un mismo punto del tiempo.
Otros dos puntos coinciden ahora con este, en un curioso entramado de situaciones.
Hoy hace 9 meses que alguien entró en mi vida, cambiandola para siempre.
Hoy se cumplen 10 años de mi comienzo en las artes marciales, algo que revolucionó mi forma de ver la realidad y a mí mismo.
De manera que creo que tengo argumentos para esta entrada. Es difícil resistirse a esta entrada cuando tengo tanto que recordar y celebrar.
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