No se termina: falta lo mejor


Mientras escribo esto, miércoles 19 de diciembre, llueve torrencialmente. Hace cuatro días que llueve sin parar en Rosario. Hoy no han cesado los relámpagos y el agua. Era día de cine (El Hobbit, que reseñaré pronto) y de visitar a un gran amigo. Así que tuve ración mútiple de lluvia. A la nochecita quedé totalmente empapado tanto a la idea como a la vuelta, en parte gracias a un tonto error de mi parte: salir apurado sin paraguas ni impermeable.

¿Por qué adelanto la entrada? Porque tengo ganas, porque esta situación y la proximidad del tan mentado 21 de diciembre del fin del mundo me da ganas de escribir, y hacer el balance de fin de año que muchos hacemos, pero no todos publicamos.

Ha sido un día raro, pero muy divertido y positivo. Algo similar al viernes, cuando la primera tormenta me atrapó en el centro, con sólo un paraguas y frente a diez cuadras de un microcentro rosarino anegado, con agua cayendo como ríos por las calles que descienden hacia la barranca. Tomé aquello como una aventura, un desafío. Una sonrisa y a correr, para ver qué salía de todo aquello. Me mojé completamente y tuve que esperar, solo, casi hora y media para que los demás invitados a la despedida del año llegara. Pero fue una noche excelente, que repetiría con ganas.

Ese día casi me caigo por un resbalón; hoy no tuve tanta suerte y me caí, apurado por tocar tierra y encontrar un refugio. Me levanté en el acto, tanto por practicidad como para salvar el orgullo. Pero los pocos metros recorridos me dejaron "hecho sopa", como decimos aquí, y nada había que hacer. Salvo recibir la ayuda de un verdadero amigo, que me brindó mates calientes y ropa seca para cambiarme.

La lluvia es la más intensa en 40 años y para cuando regresaba a casa ya cubría, de vereda a vereda, avenidas de doble mano y doble carril, cubriendo el cantero central. Ahora cubre incluso las veredas de la avenida que corre frente a mi casa, evocando los fantasmas de las inundaciones que cesaron cuando era niño.

No es nada raro que los agoreros ya hablen de otro signo del fin de los tiempos: el primer paso hacia la destrucción. A mi padre lo ha consultado una vecina, llorando, pidiendo consejo. Creo que todos están locos.

Pienso en la muerte y en el cambio todos los días. Pienso en qué pasaría si al cruzar la calle me atropellaran, o si perdiera ya a uno de mis parientes, o si pasara algo de todo lo que le pasa a cualquiera en cualquier parte del mundo. Somos breves hilos sobre un tapiz infinitamente más grande. Incluso si creemos en Dios, no podemos dejar de ver esto. No queda más que ser uno mismo, cada segundo. Levantarse apenas caído, sacudirse lo mojado y seguir adelante, buscando un refugio para la tormenta que nos ha tocado.

En lo personal, no veo la hora de que empiece 2013, no por dejar atrás un mal año, sino todo lo contrario. Quiero ver lo que me espera, todo lo que está allí, creciendo. Soy ansioso, pero he aprendido paciencia de mis plantas de zapallo, ahora perdidas, que sembrábamos en septiembre con mi abuelo y cosechábamos meses después. Miraba todos los días cada zarzillo, cada hoja, cada fruto, cada rama, cada centímetro crecido durante la noche. Así miro siempre mi vida, desde dentro.

Ha sido un año como todos: caerse, levantarse, languidecer, brillar, crear, olvidar... Sin embargo ha sido uno de los años más movidos y agitados de mi vida. Uno que asumí como el mayor desafío, meses antes, cuando terminaba mi segundo semestre de profesorado.

No recuerdo si lo he comentado aquí, pero ahí va. Tenía tres objetivos y los he logrado a todos, en mayor o menor medida. Uno era recibirme y comenzar mi carrera docente. El otro era avanzar definitivamente con mis proyectos creativos (léase comics, cuentos, novelas, sitios y blogs, etc.). El tercero me lo reservo porque es algo personal.

Me recibí, aunque el trabajo por ahora está un poco lento. Publiqué mis dos primeros comics en sendas publicaciones nacionales y participé en la creación de una revista que ya dio mucho de qué hablar en toda Argentina. A través del esfuerzo, he logrado uno de los mejores años de mi vida, uno de los más productivos y creativos.

Pero todavía falta lo mejor. Me ha tomado varios años lograr esto, pero no se ha terminado la pista. Es sólo una fase, y por eso quiero ver más allá. 2013 tendrá más aulas, más alumnos; tendrá más comics publicados, quizás incluso alguna novela o libro de otro tipo.

Vengo escribiendo esto desde hace ya una hora y media, mientras hago otras cosas, y la lluvia no cesa. Todavía hay puntos raros y cuestiones sin resolver. No tengo trabajo fijo y debo esperar a que pasen las vacaciones de verano para volver a las aulas. Los comics resultan lentos de producir, la revista va muy bien pero la distribución se toma su tiempo. Cada día crece un zarzillo, pero no siempre prende en la guía que uno deseaba.

Es el mojarse, el caerse y el levantarse. Pero luego vendrá un amigo, un refugio o algo que hará todo mucho mejor. Eso sólo cuestión de tiempo y esfuerzo.

2013 es mi lluvia incierta, mi tormenta, mi desafío, la aventura que recibo con brazos abiertos y una sonrisa, como el viernes pasado. Mojarse no tiene nada de malo. Mojarse es vivir. Y si uno ha vivivo, no importa ningún apocalipsis.

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