Hace tiempo, uno veía Good Will Hunting y tenía que reconocer el buen trabajo de Ben Affleck como ladero de su gran amigo en la vida real, Matt Damon. Pero mirando las cosas desde más lejos, podía parecer que el rol en esa película (la cual ambos escribieron) no iba del todo de la mano de sus capacidades. Lo vimos hacer muy buenos papeles en films de Kevin Smith, pero después solamente apareció en películas poco conocidas o en otras que fueron chascos de crítica o que, aunque vendieron bien, no aprovecharon totalmente sus capacidades. La lista está ahí: Armageddon, Pearl Harbor, Paycheck (¡herejía!, la odié), Daredevil...
Pero sin quitar ni poner mérito a todas sus obras anteriores, lo cierto es que Argo funciona como un perfecto punto de inflexión en lo que podríamos llamar una segunda parte de la carrera de Affleck. Un poco como Damon, que dejó de lado las cintas de acción como la trilogía Bourne (más que nada, según él mismo, debido a su edad y las exigencias físicas del papel), ahora Affleck toma otros caminos, tanto como actor, en un papel en el que casi lo desconocemos, y como director (aunque no es la primera cinta que dirige).
Sin estridencias ni exageraciones, Argo resulta una película relativamente pequeña en algunos aspectos, pero enorme en cuanto a la historia y lo que representa para EEUU y para la geopolítica mundial. Es una de esas cintas que tal vez no sean clásicos, ni sean muy recordadas, pero que funciona perfectamente en muchos niveles.
Parte de esta característica parte, tal vez, del hecho de que Argo cuenta una historia pequeña, desconocida, dentro de una historia enorme, casi sabida de memoria para un estadounidense promedio: la crisis de los rehenes detenidos en Irán luego del golpe de estado de 1979.
EEUU había recibido en asilo al depuesto Sha de Irán, un dictador puesto a dedo por ellos mismos. Luego del golpe, que trocó un gobierno de terror por un otro fundamentalista, los manifestantes, organizados por grupos extremistas anti-occidentales, comenzaron a protestar airadamente frente a la embajada de EEUU. Exigían la devolución del Sha para que pudiera ser juzgado por sus crímenes.
En un punto la situación se desbordó, los manifestantes (muy posiblemente alentados por las autoridades fundamentalistas) asaltaron la embajada y tomaron prisioneros a todos sus trabajadores, acusándolos posteriormente de ser espías y exponiéndolos a la violencia que vivía el resto del país, con ejecusiones y detenciones sin juicio previo.
Sin embargo, seis diplomáticos estadounidenses lograron escapar antes del asalto, huyendo a la residencia del embajador canadiense y hospedándose en ella.
Es entonces cuando las autoridades estadounidenses, imposibilitado de hacer algo por las decenas de rehenes detenidos en la embajada, deciden hacer algo por estas personas, que los iraníes todavía no han descubierto. El problema surge cuando todas las ideas para la extracción resultan débiles, ya que Occidente ha cortado todo tipo de lazo, incluso humanitario, con Irán. Es entonces cuando el personaje de Affleck, un operativo de la CIA, tiene la "mejor peor idea" de todas: hacerse pasar por un productor de Hollywood que busca escenarios exóticos para una película de ciencia ficción. Una vez adentro, intentará sacar a los diplomáticos haciéndolos pasar por personal afectado directamente a la película.
Claro que todo el engaño implica hacerle creer al mundo que la película, titulada Argo, es real, por lo que el experto de la CIA acude a un conocido, John Chambers, quien había trabajado en Battle for the Planet of the Apes disfrazando a humanos como simios, además de haber trabajado antes para la CIA. Junto a un productor veterano y experto en el movie business, deben hacer todo lo posible para convencer tanto a la CIA de que la idea es viable, así como a los iraníes de que el engaño es real.
La película nos traslada perfectamente al ambiente de la época, no sólo por lo visual y lo obvio, como vestuario y lo demás, sino a la convulsión nacional e internacional que la toma de la embajada produjo. Los protagonistas están atrapados entre el odio mutuo de los iraníes y los estadounidenses, entre las intrigas de la diplomacia y los servicios secretos y los pequeños gestos humanitarios, como los del embajador canadiense, que se juega la vida hospedando a los diplomáticos estadounidenses. El espectador realmente siente la presión del agente de la CIA al introducirse en un país extranjero y quedar totalmente aislado de todo tipo de ayuda, jugándose la vida por salvar a otros.
Como decía antes, la película es relativamente pequeña, sin estridencias. No posee ningún sentimentalismo ni patriotismo: es una obra bastante pura, fiel a los hechos (en los créditos vemos escenas de la época junto a partes de la película, como para asegurarle al espectador la realidad detrás de la ficción). Cuenta sin perder neutralidad las malas maniobras de EEUU al poner en el poder a un sangriento y odiado dictador, lo cual justifica la revolución, pero también muestra sin exageración el nuevo orden de terror impuesto por las autoridades islamismas. Ayuda que los hechos están bien documentados, pero también que el trabajo de los realizadores, con Ben Affleck a la cabeza, sea muy bueno.
Affleck reluce entonces como actor, en un papel que lo torna casi irreconocible, como un agente de la CIA a los que no estamos acostumbrados: separado momentáneamente, preocupado por su hijo, pero profesional y dedicado. Lejos de un espía asesino despiadado, es un hombre preocupado por hacer su trabajo bien, no por buscar medallas sino simplemente porque de él dependen la vida de otros.
Por si fuera poco, está respaldado por estrellas como John Goodman y Alan Arkins, y por un reparto de actores ya actrices secundarios que realizan un trabajo fino, casi de relojería. El resultado es una película sin fallas, sin fugas ni puntos ciegos, con algunos toques rayanos en el absurdo (hay que reconocer lo cómico de la propuesta, dentro de un mar de tragedia y tensión), pero con algo de acción y mucho, mucho suspenso real. No solo porque sabemos que esas personas existieron y sufrieron lo aquí expuesto, sino porque la película se convierte en un buen reflejo de la realidad. Y eso ya de por sí es raro de lograr en muchas cintas, que parecieran buscar superarla. Tal vez uno de los mejores méritos de Argo es justamente ese: demostrarnos una vez más que no hay que buscar historias rebuscadas y vueltas de tuerca extrañas, porque la realidad superará siempre a la ficción, aunque parezca imposible.
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1 comentario:
Entretenida, con ritmo, a la vieja usanza, también previsible y superficial, 'Argo' sin embargo es una prueba más del talento narrativo de Affleck. Un buen rato de cine, que es mucho, pero tampoco nada más. Saludos!!!!
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