Julio es un mes compacto, lleno de cosas para hacer y, afortunadamente, lleno también de tiempo para cumplir, aunque no con todas. Y mucho menos con todas a la vez.
Con dos materias ya rendidas (una en proceso de aprobación), está dado el gran paso para comenzar a dejar el profesorado. Por un lado, basta de lo pesado, principalmente el estudio. Ya he dicho muchas veces que disfruté enormemente esta etapa, bastante menos este semestre, pero es que uno no puede comer chocolate todo el día aunque le guste. En algún punto de tanto estudiar uno se cansa y prefiere hacer algo con todo eso, apreciarlo, revisarlo, organizarlo, compaginarlo y darlo de nuevo a la luz como práctica. Y creo que es parte de lo que está pasando ahora.
Por otro lado, se va también lo bueno. Dejamos de vernos semanalmente con mis compañeras, muchas de las cuales ya son amigas que espero mantener toda la vida. Borré hace segundos la alarma del celular que me despertaba todos los sábados, bien temprano. Es un signo más del cambio.
Pero como digo, todo es parte del cambio. Y hay que cambiar para llegar al todo.
Quedan sin embargo un par de materias que, afortunadamente, están algo más lejos en el tiempo y nos dan espacio para respirar, para llegar a la meta caminando. Al menos, en mi caso.
Y en el camino también están las cosas que uno ha tenido relegadas, a veces mucho, a veces poco, y lo que surge en el momento. Concursos, ansias, propuestas. Cosas para sacar y poner. Un tetris diario de ocupaciones varias, digamos. Sigue todo mezclado, porque hay cuestiones del profesorado y otras que no. Tal vez eso es lo que más incomoda.
Lo bueno es que, lentamente, todo se va acomodando. De hecho esta entrada es parte de esto. Simplemente la pensé y la escribí. Y así voy armando los días: con algo viejo, algo nuevo y algo espontáneo.
Los dejo, tengo que seguir escribiendo.
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