Después de muchas negociaciones, habíamos acordado con Lisandro Estherren y Juan Fioramonti que vendrían a pasar esos días en mi casa, ahorrándose unos pesos de alojamiento en el proceso y haciendo catarsis sobre lo difícil que era encontrar un lugar en el mundo, entre otras cosas.
Como el primer turno para presentar carpetas para Will Dennis era el jueves a la mañana, los dos insistieron en llegar temprano a Rosario. Fue así que Juan llegó el miércoles de noche y Lisandro, venciendo su ansiedad, se atrevió postergar un poco más su llegada y estar en el CEC apenas a las 10 de la mañana.
Lo que muchos habían temido sería una carnicería entre dibujantes fue totalmente lo contrario. Un pequeño grupo de dibujantes de diferentes partes del país se fue armando con el correr de los minutos: Córdoba, Mar del Plata, Paraná, Santa Fe, Rosario... De lo más federal, y de lo más cordial. De las chanzas pasamos a las anécdotas y de ahí a los relatos de vida, a lo que nos había llevado al evento, a mirar carpetas, a intercambiar mails, blogs y tarjetas personales. Tanta fue la energía que compartimos en ese momento bajo el sol que decidimos, de la nada, ir a tomarnos algo a un bar cercano.
En el trayecto un par de los aspirantes a trabajar en Vertigo se animó a acosar a Will Dennis en la tienda de muebles antiguos que está en la Bajada Sargento Cabral... pero esa es otra historia. Terminamos tomando unas cervezas en un bar frente a la Aduana. Como no tenía cámara, tomo prestada esta foto de Lisandro.
Algunos de los participantes de la reunión, cuando yo me estaba yendo.
Detrás mío están Juan y Lisandro, y alguien más creo que no salió tampoco.
Detrás mío están Juan y Lisandro, y alguien más creo que no salió tampoco.
Al ponernos a mirar carpetas, rápidamente notamos una constante: el nivel en todas era muy alto, cualquiera fuera la técnica, el género o temática encarado.
Fue una manera perfecta de comenzar la convención: haciendo contactos, charlando sobre cosas que nos hermanaban rápidamente, y demostrando lo que sabíamos hacer, sin tapujos, porque todos queríamos lo mismo: trabajar de eso que tanto amábamos.
Lamentablemente yo tenía que regresar a casa para comer y tomar mis cosas, además de que Lisandro tenía que hacer lo inverso, dejando en mi casa su equipaje. Juan decidió quedarse y la reunión se dispersó.
Una vez más, contarlo no resume lo vivido. Fue una manera hermosa de comenzar la convención, recordando que no éramos enemigos, no éramos competidores por un Premio que nos pedía que nos decapitáramos entre nosotros. Éramos artistas y nos gustaba mostrar lo que hacíamos. Nada más que eso.
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