Crack Bang Boom (y IV): Domingo


El último día. Pero no estábamos tristes, no señor. Todo lo que habíamos visto, escuchado y experimentado nos había dado suficientes recuerdos como para varios años. Ni hablar de las ganas con las que cada uno estaba regresando a sus proyectos.

Dediqué parte de la primera parte en vagar entre el Galpón 11 y el CEC, verificando la escasa concurrencia al primero. Una de las cuestiones que tiñó la asistencia del sábado y domingo (particularmente en este último caso) fue que el público recién comenzó a llegar en grandes números hacia las 17 horas. De manera que por un tiempo, parecía que el evento se había desinflado, al no haber explotado (como preveíamos) los locales.

Sin embargo, haciendo números, uno comprende por qué no fue así. En primer lugar, se trató de un evento que se extendió por cuatro días. Muchos rosarinos vinieron los días de semana, atraídos por la presencia de Jim Lee y otros artistas, y es posible que luego de conseguir su autógrafo, foto o dibujo, no regresaran. O simplemente no lo hicieran por problemas de agenda. Obviamente, muchos turistas y visitantes (con o sin carpetas para Will Dennis) no podían quedarse los cuatro días. Finalmente, el hecho de que hubiera tres sedes, y que la ciudad fuera muy linda, contribuyó a que el número final pareciera menor: en realidad estábamos desparramados por muchos metros cuadrados.

Volviendo al domingo, tuvimos un día más bien fresco, nublado y ventoso. No había casi nadie en la costanera, y las lindas chicas en patines ni pintaron, pero eso no quitó que estuviera bueno caminar, porque ahí siempre hay algo que ver.


¡¡¡Hasta el Odfjell Seachem estuvo en Crack Bang Boom!!!
El domingo, la habitual imagen de los veleros y gente
haciendo surf, de los yates y las piragüas fue
reemplazado por el habitual tránsito de buques
comerciales que llevan uno-no-sabe-qué.
Una postal de Rosario que no es común
en el resto del país
.


El plato fuerte de ese día, en el que nuevamente falté a varias charlas (y algunas no se hicieron) fue sin duda mi nueva cita con Carlos Trillo, a las 15.30hs. En esta oportunidad, en el Auditorio Príncipe de Asturias, en donde se desarrolló una charla más que interesante por su propuesta: reunir al genial guionista con cuatro de los dibujantes con los que trabajó. Así, en una mesa teníamos a Juan Bobillo (con quien hizo Sick Bird, ¡tengo que comprarla!), Gustavo Sala (con quien hizo Torni Yo, para los más peques), Juan Sáenz Valiente (con quien realizó Sarna) y Lucas Varela (con quien realizó El síndrome Guastavino, otro must have).


El quinteto de la muerte.
Bueno, no se me ocurrió nada mejor.


Cualquiera que conozca mínimamente a estos artistas podrá imaginar que la mesa fue un desquicio delicioso, en el que las anécdotas reales se mezclaban con las apócrifas, los chistes con las cosas serias, etc. Nuevamente moderada por Accorsi, el evento estuvo regado de risas y comentarios jocosos. Particularmente graciosas fueron las veces en las que los dibujantes, aliándose "en contra" de Trillo, le sacaban mano por su forma de trabajar los guiones o imponer un ritmo de producción.



El público en el Auditorio Príncipe de Asturias,
escuchando atentamente a los artistas.


Pero si las conversaciones mantenidas frente al público fueron divertidas, el broche de oro sin lugar a dudas se lo llevó la parte histriónica. En un momento determinado, uno de los dibujantes (no recuerdo si Sáenz Valiente o Juan Bobillo) se acomodó en la silla y por una cuestión fortuita, se cayó de la misma, sin sufrir ningún daño. En complicidad con el gracioso episodio, el resto de los dibujantes comenzó a dejarse caer, como si se tratara de una película de Chaplín, avisándole al público mediante algún comentario gracioso de lo que iba a hacer. De manera que lo que era, supuestamente, una "simple charla" (ninguna en Crack Bang Boom lo fue), se convirtió, casi, en un espectáculo humorístico sobre cómo se hacen comics.

Concluida la charla-show, regresé al CEC. La visita de Solano López fue cancelada tan cerca del evento que, como sucedió con la de Humberto Ramos, estaba anotada en los folletos. Esto me liberó, nuevamente, de tener que decidir: no tuve que perderme la charla de café en la que Horacio Altuna conversó con Eduardo Risso.


El café del CEC, donde se realizaban las charlas.
Esta fue muy concurrida.

En este caso, tal vez por la presencia simultánea del más conocido y principal impulsor del evento, y de una figura mítica de la historieta argentina que pocas veces podemos ver (vive en España), el público no sólo fue mucho, sino que preguntó bastante. Risso comentó sobre cómo se inició en la lectura de comics, y Altuna, tanto por preguntas como por iniciativa propia, habló largo y tendido sobre cómo es trabajar en España. Fue un momento muy interesante y emotivo, porque mientras Risso hablaba de cómo se había ido formando un buen grupo de artistas de comics rosarinos, Altuna comentaba sobre cómo era regresar a Argentina y tener a gente de diversas generaciones pidiéndole autógrafos, siendo que mucha de su obra había salido a la luz muchos años atrás. Todo lo cual nos mostró nuevamente que, aunque la época dorada del comic argentino haya pasado, hay una parte de nuestra cultura que ya no puede morir ni ser extirpada, y que de una u otra manera las viñetas van a vivir en un estrato de nuestros genes culturales por mucho tiempo.

Hacia el final de la charla, Risso aprovechó para hablar del evento, de los objetivos planteados y cumplidos, y de muchas cosas relacionadas, como la gran posibilidad de que el evento se repitiera el año siguiente. Todo lo cual cebó enormemente a la concurrencia.

Si bien todas las charlas de café fueron interesantes, esta tuvo la particularidad de ser muy emotiva y de tener un ida y vuelta con la gente muy particular, como ya dije, a causa de la presencia de Horacio Altuna, que no reside en Argentina y que sin embargo generó mucho interés. Me contaron que uno de los días se quedó casi dos horas firmando autógrafos.

Terminada la charla, y viendo que ya quedaba poco tiempo, me apresuré a dejar las carpetas con trabajos míos en colaboración con Fernando Kern, Juan Fioramonti y Sebastián Zalazar. Había quemado pestañas y valiosas horas para organizarlas, imprimirlas, fotocopiarlas y todo lo demás. Tengo que decir que, tal como era de esperarse, todos los que me recibieron se comportaron de buena manera, e incluso me aseguraron en varias ocasiones que los trabajos serían tenidos en cuenta. Si no es así, es otro tema: lo cierto es que en eso también se diferenció CBB. Porque las editoriales que tenían stand en el evento sabían que allí estaba Dennis, y que parte de los objetivos de la convención era justamente ese: dar un espacio a los muchos jóvenes talentos que no tienen donde mostrar lo suyo.

Una vez hecho esto, con un asunto menos sobre mis hombros, me dediqué una vez más a mirar, hacer las últimas compras y sobre todo charlar con mis amigos y compañeros de la ADL.


La foto menos movida del stand de la ADL,
en donde pasé buena parte del sábado y domingo.

Sintiendo cómo aquello se escurría por los dedos, pero de ninguna manera triste o nostálgico por adelantado, me concentré en no perder nada y no olvidar nada de lo que tenía que hacer (algo se perdió, claro, como siempre).

Y así llegamos al final. La organización, haciendo gala una vez más de una gran capacidad de profesionalismo y buena improvisación, cambió de planes sobre la marcha. Inicialmente, el cierre se iba a realizar en el Auditorio Príncipe de Asturias, lugar ordenado, con sillas para mucha gente, y toda la comodidad y solemnidad. Se suponía que diversos artistas rosarinos participantes del evento presentarían sus proyectos actuales y futuros. Sin embargo, teniendo en cuenta que la gran parte del público estaba en el CEC, y que la buena energía que rondaba el ambiente se podía desarmar, Risso (ya desde la charla con Altuna) anunció que el cierre se haría en el CEC. El escenario en donde los artistas firmaban libros y dibujaban para el público fue el centro de esta celebración final.

Mientras se avisaba y se recontraavisaba del cambio de planes, la gente y los artistas comenzaron a llenar sus respectivos espacios. Risso, para adelantar tiempo, comenzó a hablar con un puñado de ellos, mientras más y más invitados se subían a la tarima.


Risso comienza el cierre, con Will Dennis en el centro.
A su derecha tenemos a Francisco Paronzini,
Marcelo Frusín, Horacio Altuna y Andrés Accorsi
(en el extremo, otro de los organizadores);
a su izquierda a los dibujantes brasileros.
Luego se sumarían Carlos Barocelli y Esteban Tolj,
en un papel similar al de Risso:
artistas y co-organizadores.
Jim Lee se había ido el sábado, y Brian
Azzarello
se fue poco antes del cierre,
por su cuenta.



Los obvios agradecimientos no dejaron opacar la otra parte: los objetivos y los planes futuros. Risso estaba lleno de orgullo, pero de hecho todos lo estábamos. Habíamos demostrado, cada uno con nuestro granito de arena, que aquella locura era posible. Que se podía hacer la mayor convención de comics en una década (tal vez más), sin cobrar fortunas, sin dejar gente afuera ni armar colas kilométricas bajo el rayo del sol, sin cagar a nadie, y dejando contentos a todos.

Hablar de todo lo que se habló en ese momento, como hablar de todo lo que sucedió en la convención, resulta difícil. Es una pálida sombra; recuerdos que se han hecho carne y no se pueden extirpar para mostrárselos a los demás. Lo cierto es que, si en Dibujantes 2009 fue completamente alucinante y loco ver a más de una docena de los mejores dibujantes y guionistas nacionales reunidos en una mesa, esto fue algo similar. Teníamos allí a lo mejor de lo nuestro y a lo mejor de varios otros países. Todos unidos en pos de lo mismo, y enfrentados a centenares de personas que no paraban de aplaudir ante cada propuesta, cada nuevo dato, cada nuevo desafío a la realidad que nos toca vivir. Soy un hombre optimista, y tengo que decir que las propuestas de Risso coinciden completamente con mi espíritu creador, desafiante, constructivo. Hay que crear más y mejor: con todo lo que se ha hecho en los últimos años, tenemos una base sólida para proyectarnos hacia un futuro mejor.

Con unos humildes pero hermosos regalos para los invitados (unos lapiceros de madera con el logo del evento), se fueron dando los últimos aplausos y gritos. Y luego, como si nada, se bajaron todos de la tarima y la gente comenzó a retirarse.


El público alejándose del escenario de cierre
y dispersándose hacia la puerta.
Como en los tres días anteriores,
incluso después de anunciar el fin de las actividades,
la gente se quedó para charlar, comprar, recorrer, etc. etc.



Y se terminó. Algo apresurados debido a que sus colectivos no tenían horarios muy madrugadores, con Juan y Lisandro nos fuimos hasta la Terminal. Pero había algo más de tiempo, un postre de amistad: una cerveza y una pizza antes de la despedida. ¿Qué más se puede pedir? Nada. El hermoso recuerdo me quedará toda la vida, pase lo que pase, y espero para que pronto se pueda sumar a otros, incluso más alegres.

¿Habrá que esperar mucho? Pues no. Crack Bang Boom 2 se viene a mediados de 2011. Y nos encontrará más unidos y preparados que nunca.

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