Levando anclas


Mucho ha pasado desde principio de año, y ahora de pronto veo que se han ido dos meses de un total de doce. Lo cual no es poco, pero tampoco pareciera mucho.

El jueves pasado, en silencio, cortamos amarras. Las dos casas fueron totalmente divididas, sellada la única puerta de comunicación por una pared muy prolija.

Desde el fin de semana anterior, nos dedicamos a sacar las últimas cosas que quedaban pendientes. Algún adorno, algunas herramientas, varios trozos de leña para hacer asado, algunas cajas que habían quedado por ahí. Acomodé los últimos zarcillos de la planta de zapallos, que ya tiene varios frutos a medio madurar. Cortamos el pasto, limpiamos y ordenamos un poco, pintamos algunas paredes. Llevamos los gatitos más pequeños a una protectora de animales, para que encuentren un hogar, mientras los más grandes tendrán que ocuparse por su cuenta. Ya son mucho más independientes, a excepción de las dos gatas, que están viejitas y ya se acostumbraron a vivir en la casa de arriba.

Se cortó así el último lazo con el pasado. Pero, de nuevo, no sentí tristeza. De hecho, no sentí nada. Me despedí, una noche, de cada parte, en una frase silenciosa, a la luz de las estrellas. Y eso fue todo.

La realidad es tan simple a veces, y tan difícil la ficción que imaginamos.

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