Éramos tan pocos...

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y quedamos menos.

Ayer miércoles me enteraba, apenas despertarme, de la desaparición de la Fundación Kauffman, tienda online que desde hace años venía abasteciendo a muchos de libros y otras cosas.

He conocido a Alex Werden gracias a Internet desde hace tiempo, y por él y por todos los que han quedado huérfanos de rol, me siento profundamente apenado. Más, todavía, si tenemos en cuenta la situación que ha llevado al cierre del sitio.

Espero sinceramente que en un futuro cercano esta iniciativa resurja y ya no vuelva a caer más.

Malparida y la destrucción de la política

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Mi madre ve telenovelas. A la noche, cuando no hay nada potable en el cable, o cuando Bones, NCIS, Dr. House o cualquier otra serie de investigación comienzan tarde, ella se engancha con una, aunque sea mala y la deteste. Luego la mira hasta el final, aunque sea una mierda. Luego, ve la que sigue.

Gracias a Dios, cada tanto hay algún producto inteligente, como Los exitosos Pells, y ninguno sale herido en su dignidad. Pero es la excepción.

Así fue que recientemente tuve que ver muchos episodios de Malparida, el bodrio televisivo del año 2010. Interpretada por Juanita Viale, nada más ni nada menos que la nieta de Mirta Legrand. Es vox populi de que esa fue la única razón por la cual obtuvo el papel: el árbol que está en la puerta de mi casa es mejor actriz que ella. Cero lenguaje corporal, la misma entonación en cada frase (sea amenazas de muerte, seducción, miedo, etc.), cero de carisma, etc. Ni tetas tiene, para que no digan que "sin tetas no hay paraíso" (en este caso, televisivo).

La cosa (no me animo a darle nombre) parecía de todos los errores de producción habidos y por haber. Era un rejunte de personajes inverosímiles tomando decisiones totalmente ilógicas (como ir a un descampado para hablar con la persona que ya trató de asesinarte una vez!!!), actores y actrices de niveles muy diferentes (los más viejos zafaban), argumentos absurdos, exagerados e imposibles, personajes secundarios que iban y venían sin sentido cuando el rating caía (como la policía que interpretó Carolina Peleritti), escenas de sexo que no tenían sentido, etc. etc. Todos los ingredientes para ser un éxito en la TV argentina. Sí, fue un éxito.

Mientras tanto, una obra mucho mejor, como era Caín y Abel, era cancelada para poner... Gran Hermano. Cierto que yo tampoco me pondría a ver esa novela (a esta la respeto y le doy nombre), llena de mafiosos malísimos y buenos buenitos. Pero técnicamente era buena, y tenía todos los buenos actores y actrices que la otra no tenía, como Luis Machin (Mr. "Tapa a Gosca"), Federico D'elia (Los Simuladores) y Luis Brandoni (ya perdí la cuenta). En resumen, actuaciones muy buenas, guiones creíbles y personajes interesantes. En un arrebato de genialidad y locura, los guionistas se las arreglaron para matar a casi todos los personajes en el episodio final, acelerando un cierre. Posiblemente en connivencia con los actores, a los que tampoco les debe haber gustado nada la situación.

Pero más que profundizar en la cuestión técnica y narrativa, en donde hay toneladas de cosas malas para contar, quiero ver la parte ideológica de esta cosa, la cual se parece a muchas otras cosas que veo en estos días.

Para eso me remonto a las novelas que Suar y su productora, Polka, emitieron allá por la década del 90 y principios del 00. Novelas que muchos criticábamos por la publicidad "encubierta" (los personajes se paraban al lado del cartel de 20 metros de un supermercado, ángulos forzados para mostrar los productos que el personaje compraba). Novelas que tenían actores a veces toscos, o de madera, y personajes planos y predecibles, vacíos e interpretados por actores encasillados.

Pero también, y eso se aprecia a la distancia, novelas con historias. Cierto, las estiraban como chicle, pero generalmente con buenos resultados a nivel narrativo. Y fundamentalmente, eran CREIBLES. Eran historias de barrio, de cosas que nos pasaban a cualquiera de nosotros, combinadas con lugares comunes (el amor imposible entre el chico pobre y la chica rica, el boxeador alcohólico y pendenciero que quiere redimirse, los opuestos que se atraen, etc.).

Justamente por ser historias de barrio, por estar cerca de la gente, tuvieron tanto éxito. Y también porque, generalmente, terminaban bien. Con esfuerzo el boxeador volvía al triunfo y a la sobriedad; el chico se casaba con la chica a pesar de los problemas. Eran historias pequeñas, de a pie, que mostraban los sinsabores de la vida cotidiana y daban una cuota de esperanza. No la del tipo que lo logra todo o salva mundo, sino la esperanza chica, de todos los días, del que consigue un mejor trabajo, se arregla con la novia, etc.

"FOX se convirtió en canal porno tan lentamente que no nos dimos cuenta", dice Marge Simpson en un episodio memorable. FOX, para los que no sepan, es la cadena más de derecha en EEUU, lo cual no la salva de poner programas pavorosos que violan la dignidad humana de solo verlos, incluyendo todo tipo de realities aberrantes.

Más o menos así fue el cambio en la televisión argentina. De esas historias chicas y conmovedoras fuimos pasando cada vez más a las que tenemos ahora. Producciones muy malas en lo artístico, y peor, nocivas para la salud democrática.

Lentamente, los argumentos fueron mutando. Ahora el malo no es el vecino que pasa chismes o que delata al protagonista enamorado de la chica equivocada. Ahora es el mafioso, pero no cualquier mafioso. Es el narco o el empresario corrupto que tiene TODO el poder. Puede comprar con un llamado a una seccional de policía entera, a un senador o a cualquiera. Puede comprar sin pestañar la empresa del "héroe" y fundirla. Puede matar gente con múltiples testigos y quedar impune, puede inventar un crimen y endosárselo a cualquiera. Y sin que nadie pueda tocarle un pelo.

En una cosa anterior, llamada Valientes, el malo de turno, interpretado perfectamente por Arnaldo André, se dedicaba a matar gente como quien casca un huevo para hacerse una milanesa a caballo. El personaje era tan absurdamente impune que podía matar a una persona a tiros, dentro de su casa, con parientes y empleados mirando y/o escuchando, para luego ocultar todo (de hecho, lo hizo dos o tres veces). Y nadie se acuerda de nada. ¿Qué mensaje transmite esto?

Es así como llegamos, luego de varias gradaciones, a Malparida. Al comienzo, solamente era mala en el sentido técnico, ya comentado. Renata, el personaje de Viale, deseaba vengar a su madre, la cual se había suicidado (supuestamente) al ser traicionada por un rico empresario, Lorenzo Uribe. Ambos escondían su relación y él había abandonado al hijo que tuvieron, lo cual precipitó a su madre en la depresión. El plan de la "antiheroína" era seducirlo y casarse con Lorenzo, para luego decirle toda la verdad y matarlo. Pero claro, la que renegaba del amor se encuentra con el hijo de su objetivo, Lautaro, y comienza entre ellos una atracción clandestina, un tira y afloje que genera el conflicto principal para una asesina despiadada y sin escrúpulos, enceguecida por la venganza.

Pero luego viene una subtrama que se come casi toda la cosa, alargándola monstruosamente. El hermano perdido del Lorenzo aparece; se trata de un empresario sin escrúpulos y aparentemente sin límite de extracción en su tarjeta de crédito, porque puede comprar absolutamente lo que sea y a quién sea. Hasta tiene un apodo igualmente absurdo: "El Almirante".

Tal vez uno de los puntos más bajo de la novela fue el robo descarado de una escena de Eyes Wide Shut (Ojos bien cerrados), en la cual uno de los personajes se introduce en una fiesta en donde todo tipo de personalidades y celebridades dan rienda suelta a su decadencia enfundados de vestidos exóticos, ocultos sus rostros con máscaras de carnaval. El Almirante es la cabeza de una especie de logia que organiza ese tipo de eventos para sus iniciados y seguidores, muchos de ellos políticos y empresarios. Los que no cooperan con él luego son extorsionados con videos tomados por cámaras ocultas, en donde se revelan sus infidelidades.

El Almirante, así, se convierte en una especie de semidios que todo lo puede. Rapta y encarcela a la protagonista varias veces, torturándola de maneras absurdas. Incrimina a su hermano Lorenzo en crímenes y delitos de todo tipo, luego de tomar control de su empresa con maniobras sucias. Borra evidencias, anula pruebas policiales o las inventa de la noche a la mañana. Extorsiona a testigos, desde familiares hasta políticos.

Renata mata impunemente a su padre, a la esposa de Lorenzo y la mujer de Lautaro (para quitarla del camino), y a dos personajes secundarios más (sin que las autoridades logren meterla en la cárcel como se merece), mientras su cómplice Gracia asesina a un cura a tiros e intenta asesinar a Lorenzo varias veces (finalmente lo logra).

Renata triunfa de manera absurda como muchos héroes planos y vacíos, esta vez movida por valores negativos en lugar de positivos. Sin embargo, la figura del Almirante es el colmo de todo, y encarna algo más. Encarna la loca fantasía, compartida por muchos, de que el mundo está dirigido secretamente por una conpiración de "otros": judíos, comunistas, banqueros, extraterrestres o cualquiera que se ponga en el camino.

En el contexto argentino de hace varios años a la fecha, este tipo de fantasía es más peligrosa que nunca. Con las instituciones vaciadas de confianza popular, con números estatales que nadie cree, con un reclamo constante de seguridad que no se cumple en ninguna de sus aristas (no se construyen cárceles, no hay policías entrenados, no se mejora el sistema jurídico, etc. etc. etc.), con toneladas de denuncias y rumores (a veces fundados) sobre corrupción sindical, militar, jurídica, política y estatal, con una desconfianza total en el sistema político porque "todos son iguales, para eso ni voto", la aparición de personajes como El Almirante es como una bomba atómica.

¿Qué hacen los medios al establecer como posibles personajes tan absurdos como este? Hacen que el público se acostumbre a ellos y reparten la resignación del tipo que hace cola durante 16 horas para sacar un número para hacer su DNI. Si ya muchos creen que hay incontables hechos de corrupción, más o menos coordinados, más o menos referidos a las mismas personajes, el siguiente paso es transmitir la sensación de que ya nada importa, que nada se puede cambiar porque esa gente es demasiado poderosa. Justamente es lo que pasa en la ficción: los personajes primarios y secundarios intentan todo para dar a conocer los delitos y crímenes de los malos de turno, pero no logran ni siquiera victorias pírricas. Una y otra vez, el personajes es tan poderoso o maquiavélico que saca un as de la manga y vuelve todo a su cauce "normal".

Es cierto: seguramente El Almirante caerá al final de la novela. Pero en el camino muchos han sufrido secuelas y muchos han muerto. Y si los éxitos de los protagonistas de las series de Polka eran pequeños y creíbles (salvar de la quiebra un kiosko de barrio, recuperar el amor de tu novia, etc.), el de las novelas de ahora suenan más a cuento de hadas. Porque en la realidad, los personajes como El Almirante (es decir, los que el público en general referencia como corruptos) nunca van a la cárcel: como mucho deben renunciar y reclicarse en otro trabajo o puesto político. Es así en la realidad y/o en la creencia popular, justamente porque el sistema vigente legitima esa creencia (en el mejor de los casos, hacen falta varios años para que un político corrupto realmente quede preso, y luego no es más que uno de muchos).

Al final, todo deriva en un negocio redondo para los medios. Más allá de si consideramos que la inseguridad es una sensación o una realidad, estos medios, los mismos que le compran el contenido a las productoras, venden escándalos. Vende más una noticia que indigna que una que dignifica. Vende más el que un político corrupto hasta la médula salga libre por un tecnicismo, que el que un humilde ciudadano lo haya enfrentado y puesto ante la justicia. Igualmente tiene más éxito una novela sobre corruptos que ganan que una sobre gente de barrio que hace sus vidas enfrentando las dificultades del día a día.

Es decir, los medios terminan reproduciendo esa sensación que luego venden.

¿Y la política? Pues obvio, nada bien. Vamos a seguir pensando que es todo mi mismo, si nos venden lo mismo desde diferentes ángulos. La gente seguirá pensando que es inútil enfrentar a los poderosos cuando hacen algo malo, y así iremos a peor. Y entonces sí la realidad será parecida a estas ficciones.


PD: los dos nuevos bodrios infumables de la TV argentina, El Elegido y Herederos de una venganza, tienen "argumentos" que incluyen una logia que maneja todo desde las sombras. El Elegido, según cuenta mi madre, tiene cosas bastante robadas a El Código Da Vinci, ya que la logia está relacionada a cuestiones eclesiásticas y un cuadro misterioso. Se ve que de nuevo se puso de moda copiar.

Libros diferentes

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Cuando uno compra muchos libros, a veces suceden cosas inesperadas, pero totalmente lógicas desde el punto de vista estadístico.

Algunos libros vienen con detalles; otros con defectos.

El primer caso que me tocó presenciar fue el de una copia de El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. Un pariente mío tiene una librería. Su principal problema reside en que el depósito es pequeño y siempre tiene problemas con el stock. Hace unos años alquiló por un tiempo un local cercano para utilizarlo como depósito temporal, y yo ayudé en la mudanza. Como parte de pago, me dejó llevarme algunos libros que no coincidían para nada con el target de dicha librería, o que simplemente estaban ahí tirados. Fue así que volví con varias joyitas, como una gramática del latín de la década del 70 y una edición bilingüe de Julio César, de Shakespeare, de la década de 1950, encuadernada en tela.

Otro de los libros que me traje fue justamente El hombre ilustrado. No pude leerlo en el momento, pero grande fue mi sorpresa, tiempo después, al descubrir que las hojas saltaban. Todo va bien de la 1 a la 34, pero la siguiente es la 115; sigue derecho hasta la 146 y luego regresa a la 67. Lo más gracioso es que las páginas insertadas fuera de orden no faltan más adelante, sino que se reiteran en el orden correcto; así luego de la 114 está la 115, etc. Lamentablemente, las páginas perdidas no están en ninguna parte, así que quedan menos cuentos para leer.

Más adelante compré una hermosa edición de Perceval, de Chretién de Troyes, con sobrecubierta a todo color, tapa dura y hermosas ilustraciones a color y blanco y negro en cada capítulo. Por cuestiones de tiempo no lo abrí en el momento; casi un mes después descubrí con horror que tenía también errores de impresión y encuadernación. Afortunadamente siempre guardo los recibos y pude hacer el reclamo; afortunadamente también todavía tenían en stock el libro (seamos sinceros, quién compra ya libros de la saga artúrica que fueron escritos hace siglos?). El ejemplar que tengo ahora está en perfecto estado y ahora, al recordarlo, tengo ganas de volver a visitarlo.

De estas dos experiencias saqué rápidamente la costumbre de hojear cada libro que compro, y revisar principalmente la secuencia de las páginas, para evitar la experiencia de El hombre ilustrado. Hasta ahora no he encontrado ni comprado ningún otro libro con ese tipo de errores.

Un caso diferente fue el de El retorno de la Sombra, tomo correspondiente a la Biblioteca Tolkien. Revisaba religiosamente cada tomo apenas llegaba, justamente por lo anterior. Fue así que descubrí que, luego de la página 32, ese tomo en particular repetía esas mismas 32 páginas, pero de cabeza, para luego dar paso a la página 65. De no ser por el faltante de páginas, no hubiera tenido problemas, pero hice el reclamo. Quedé muy conforme porque la operadora tomó rápidamente todos los datos y me aseguró que iban a enviarme una copia nueva con el siguiente envío (dos semanas después). Supuestamente debía darle al cartero la copia defectuosa para que él me diera la nueva, pero en ese momento olvidé comentarle el asunto y él me entregó el paquete de todas maneras. Así que todavía tengo la copia defectuosa, oportunamente puesta de cabeza para diferenciarla de la buena. No me da el corazón para tirarla, y no he encontrado nadie que pueda quererla.




Pero la palma se los llevan por lejos los libros intonsos. Hace mucho tiempo, compré una edición de Stalingrado, de Theodor Plievier, que tenía mal cortados los pliegos que componían las últimas dos páginas. Tuve que cortarlos para poder leer el final, con infinito cuidado y dolor.

Esta anécdota pequeña me lleva a la más grande. Tiempo atrás (estoy seguro de haber contado esto en uno de mis blogs, pero no encuentro la entrada), mi hermano me llamó por teléfono para avisarme de que en una librería céntrica estaban vendiendo antiguos libros de historia militar a precios ridículos. Me leyó los títulos de algunos y, como tenía dinero, le pedí que comprara al menos uno, el más interesante, el que alguien podría arrebatarme. Más adelante iría a mirar el resto.

El libro en cuestión era El principio y el fin, de Adolf Galland (también traducido como Los primeros y los últimos). Una edición de EMECÉ de 1955, con tapa blanda y fotografías en blanco y negro insertas, con traducción al castellano de la Fuerza Aérea Argentina (Galland estuvo en esos años como consultor) bajo supervisión del autor.

Pero claro, un pequeño detalle. No sólo no están cortados los pliegos en sentido horizontal, lo cual dificultaría mucho la lectura pero la permitiría en parte. Hay pliegos enteros que además están sin cortar en sentido vertical.

Básicamente, para poder leer el libro tengo que destriparlo, ya que no se trata de un defecto de algunos pliegos, sino de todos. Algunas páginas, por diferentes razones, han sido cortadas con cuidado, pero posiblemente el dueño original no se animó tampoco a emprender la larga cirugía.


Detalle de algunas de las páginas.
El 90% del libro está en este estado.


Así que ahí está, sin leer. En algún momento conseguiré, calculo, una edición correctamente encuardernada, posiblemente más moderna, del mismo libro. Mientras tanto, sigue ahí, querido y amado, pero sin ser tocado. Ah, y ahora, curioseándolo de nuevo, acabo de redescubrir dos extrañas fotografías, supuestamente tomadas en la época, que el antiguo dueño olvidó ahí, al lado de un Stuka en picada.

Las cosas de los libros antiguos que tanto me gustan.


Me siento solo

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En estos días, con menos ocupaciones, de vacaciones y con menos frenesí creativo, han aparecido muchas pequeñas ides. Algunos cuentos para terminar, otros muy cortos que se hacen en media hora, guiones de tres o cuatro páginas, revisiones, relecturas. Un poco de todo.

Lo cual alimenta las ganas de escribir, pero no termina de saciarla.

Con el tiempo, sin embargo, me di cuenta de que lo que me molesta es el hecho de estar todavía empantanado en ciertos aspectos. Se bajaron de mis proyectos, al menos momentáneamente, varios dibujantes, y cuesta mucho reemplazarlos. Me encuentro de nuevo como estaba hace uno o dos años.

El rol, ese refugio oculto, esa Arcadia siempre prometida y nunca conseguida, pues... Se me da y se me quita, y demuestra finalmente que es exactamente eso: un lugar idílico que no existe. Sigo sin poder dirigir, sin poder jugar, sin encontrar grupo para nada. Conozco muchos juegos que me gustaría jugar y desarrollar, pero no hay nadie que me acompañe.

A eso se le suma que todos los proyectos que tengo en mente para este año requieren tiempo y sobre todo, colaboración. No puedo hacer el playtesting yo solo. Ese gran problema se arrastra desde 2008, con juegos como Maldición de Sangre. Para peor, las ideas que tengo me superan como individuo, ya que quiero delegar la maquetación, por ejemplo.

El otro día tuve la inspiración final para un juego que planeo desde hace poco más de dos años. De pronto las reglas se me presentaron, así como van a quedar (bueno, más o menos). En un rato las garrapateé en un archivo de texto... ¿pero qué voy a hacer con eso, aunque sea algo breve?

Para colmo, para cerrar, hace tiempo que SAS ya no es lo que era. A pesar de que ahora tengo más tiempo para leer y opinar ahí, apenas veo temas que me interesen, y por eso no digo nada. Mucha discusión sin sentido, y también, mucha discusión que se hace pelea, me parece. Los que aportaban más siguen estando pero, no los culpo, tal vez ven lo mismo que yo y están igual de desanimados.

En fin, no sé. Sigo adelante con lo que puedo. Lento, pero seguro. Dibujantes hay a montones, es cuestión de encontrarlos. Gente que me ayude con el rol... están más ocultos y posiblemente hay menos, pero conozco algunos que ya se ofrecieron. Es cosa de organizarse. Lo bueno de estar solo es eso... uno difícilmente se ve traicionado.

Fortuna

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Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces agarré la navaja de afeitar de mi padre, y ¡zas!... me hice una a mi gusto.

Corto Maltés a Pandora Groovesnore, en La balada del Mar Salado.

A donde nos vamos cuando nos vamos

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Mientras los días pasan, uno descubre cosas nuevas.

En más de una oportunidad me quedé unos minutos en su habitación, pensando en recoger algo inmaterial. Algo que hubiera quedado ahí, algo que me trajera tristeza o alguna sensación, cualquiera. Pero no había nada.

En Maldición de Sangre y en una novela (todavía) no publicada, analicé la cuestión de lo que queda en los objetos que fueron de otros; particularmente de los seres queridos. Claro que el primero, siendo un prototipo de juego de rol, no tiene la profundidad de la segunda. Me siento completamente identificado con esa búsqueda, con ese tema de buscar el pasado en lo que ha perdurado. Siempre me ha gustado coleccionar objetos de parientes que se han ido, como una forma de conectarme con mi pasado, con lo que fue antes de que yo fuera.

Y sin embargo, ahora que intento experimentar esa sensación, justo cuando pensaba que iba a golpearme, no encontré nada. Solamente aire y una pieza llena de cosas.

Por motivos que no vienen al caso, debemos desocupar la casa que era suya, y que fue nuestra. La casa en la que viví, corrí, sangré, me agité y comí durante 30 años. La casa donde festejábamos nuestras fiestas de fin de año y Navidad con decenas de familiares; donde me escondía y perseguía a los gatos, donde me caía y me levantaba. En fin, donde viví.

La separación de las dos propiedades implica cambios que se suman a los anteriores, a los de hace varios años. Hay que pensar en entrar por otra puerta, en dejar atrás la pileta y el jardín que siempre nos traía a mal traer con la hierba, que crecía demasiado rápido.

El otro día veía, sobre el techo, el primer zapallo de la temporada. La planta, que demoró en arrancar, está creciendo como todos los años. Un ciclo de vida y muerte que siempre me atrajo y me sirvió de metáfora; tal vez de preparación. En definitiva, más allá del ahorro y de un cierto, pequeño y vano orgullo, es lo mismo comer el zapallo del patio que el que compramos en el mercado. A mí me hacía crecer el trabajo diario de cuidarla, de verla, de atajar los zarcillos descarriados y corregir las guías que iban para cualquier parte. En esa arquitectura vegetal, lenta y continua, veía algo precioso, que se va, pero que tampoco me da dolor. Voy a seguir corrigiéndola hasta el último día, porque la meta está en el camino.

Ese día, comprendiendo que también desaparecería la escalera interna que comunicaba ambas casas, dediqué un rato a bajar cual Batman de los 60s, deslizándome por el tubo que sustenta la última parte de los escalones. Van a desmontarla, así que, qué diablos. Hago ese truco desde hace rato (y sí, con 30 años lo hago cuando tengo prisa por bajar). Y tampoco así me surgió tristeza. Más bien recordé las muchas veces que asusté a mi madre. O anécdotas de Navidad, cuando me escondía debajo de la escalera siendo muy pequeño, y nadie me encontraba.

¿Por qué?, me pregunté. ¿Por qué no sale la tristeza? Ciertamente no la buscaba, pero me intrigaba su ausencia. Recordé entonces el ciruelo que solía trepar para sentarme a leer en el aire. Hace años que quedó en una parte de la casa que se vendió, época para la cual ya estaba medio seco y en decadencia. También recordé el paraíso gigantesco que jalonaba la entrada, que cubría con su sombra una casa de dos plantas. A él le dediqué el primer poema del que tengo registro, cuando tuvieron que quitarlos a todos para ampliar la calle, cuando los colectivos todavía eran los viejos y trompudos Mercedes.

Y entonces me di cuenta de que todo aquello había tenido un significado muy, muy importante. Leer arriba de un árbol en el fondo de la casa tal vez me hizo un poco más solitario, pero me arrojó a los inmortales jardines de la literatura, de donde nadie podrá arrancarme jamás. Aproveché cada segundo con ese árbol. Lo mismo pasó con el otro; no recuerdo verlo caer, pero significó el replanteo de muchas cosas para un niño tan pequeño, ver un cambio tan grande en su vida y poder expresarlo en algo más que una lágrima.

Lo cual me hizo pensar que, al final, la historia que comenzaron mis abuelos no terminó nada mal. Y todavía continúa, lo cual es mejor.

Durante dos tardes seguidas nos dedicamos a quemar grandes cantidades de cosas inútiles, principalmente papeles. De nuevo, no había una sensación de pérdida, pero tampoco una frialdad fingida. Descubrir cosas perdidas que son útiles, o deshacerse del exceso de equipaje: las dos cosas son positivas. Uno no puede vivir de los recuerdos, ni tampoco guardando pilas de diarios viejos.

Así, silenciosamente, con calor, despacio, se fue la primera semana sin él, la primera semana de muchos, innumerables cambios. No me arrepiento de nada, y lo que se fue, lo hizo quedándose dentro mío, y no en un objeto. Ese descubrimiento repetido es todo lo que necesito.

En fin, ahora me voy a tomar mate a la casa de una vecina que me resulta una abuela postiza. Tradición que no hemos roto nunca, desde que tengo memoria.

Tron: Legacy (2010)

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Una secuela cinematográfica, en esta época de completo vacío creativo, da la impresión de ser una más de muchas. Una más de las que son puros rayos de colores (sobre todo en este caso); una más que tiene actores y actrices conocidos que intentan resucitar una época pasada, que ya no existe... y no lo logran.

En este contexto, Tron: Legacy trae mucho aire fresco. Sin ser una obra excelente, es una muy buena continuación de una idea genial en su momento y genial ahora misma. Muestra que se puede hacer un buen producto sin tener que recurrir a soluciones fáciles, sino simplemente uniendo correctamente un montón de detalles y haciendo las elecciones correctas en el momento adecuado.


Un poquito de historia
Para comprender mejor muchas cosas, es necesario remontarse al año 1976. Steven Lisberger, un animador, quiso hacer una película que tuviera como eje central los videojuegos. Gastó mucho esfuerzo y dinero, asociándose con ciertas personas, para llevar a cabo su sueño. Hacia 1982 lo logró: le vendió a los ejecutivos de la Disney una mezcla de imágenes reales, animación por computadora (imaginen la tecnología que existía a finales de los 70s) y animación "backlit" (look de neón típico de los 70s y la música disco). La histórica, completamente cibernética, adelantaba un mundo en donde las computadoras podían llegar a dominar a los hombres, incluso en connivencia con los mismos.

La película, si bien no fue un éxito, con el tiempo se convirtió en objeto de culto. En ella, un programador genial pero muy excéntrico, Kevin Flynn (Jeff Bridges), es despedido y dejado en la calle por ENCOM, la corporación de software para la que trabaja desde hace años. Tiempo después, su amigo Alan (Bruce Boxleitner) lo contacta para avisarle que dicha empresa está cociendo algo llamativo y peligroso... Al investigar, encuentran un mundo digital que cambiará su vida y el mundo entero.

A la larga, lo que logró Tron fue cosechar todo tipo de elogios. Por un lado, de los fanáticos que cultivó con los años. Pero también, principalmente, por su estética y por el inteligente uso de una combinación de métodos de animación nunca antes usados en esa escala. Fue la primera película que usó grandes cantidades de animación por computadora (unos 20 minutos en total, aunque parezcan más), y también la animación backlit, que por su complejidad y costo, nunca más se usó en un largometraje. Todo esto hizo que muchas realizadores se inspiraran en la cinta durante muchos años, y que finalmente se decidiera hacer esta continuación para ahondar en estos elementos estéticos y darle una gran vuelta de tuerca a los embrionarios efectos especiales que tenía ese mundo cibernético.




Luz e información
Decía por ahí Marshal McLuhan que la electricidad era un medio sin mensaje, que la luz pura de una bombilla no decía nada en sí, aunque redefinía la existencia humana. Podemos decir algo similar (sin lo de la redefinición) de muchas películas que son puros efectos especiales, pero no nos dicen nada. Tron: Legacy es un buen ejemplo de que hay excepciones a esta regla de que las películas con muchos efectos especiales siempre son malas.

De hecho, por su mera condición, la cinta es casi toda un gran efecto especial, pero la historia que cuenta, si bien simple, existe y es sólida. A diferencia de esa gran película que ofrecía ser Avatar, tiene diversas aristas muy interesantes, no es obvia ni está robada de otras historias.

En dos horas podemos ver varios tópicos interesantes, como la cuestión de la existencia de la perfección (imposible de alcanzar ya que los supuestos dioses son imperfectos), diferentes teorías sociales sobre qué hace buena a una sociedad, el totalitarismo, el zen, la evolución humana a través de las computadoras, la inteligencia artificial, etc.


Ante todo, personajes creíbles
Cierto: Jarett Hedlund no es un buen actor. Cierto: la reconstrucción digital de la cara de Jeff Bridges es incluso más inexpresiva que la del muchacho.

Pero dejando de lado esto, un punto a favor radica en que, a diferencia de muuuchas películas estadounidenses, los personajes no son planos, ni demasiado predecibles, ni tienen una sola arista. Uno espera que Sam sea el típico muchacho loco y cabeza dura, que hace todo mal a corto plazo pero triunfa él solo a fuerza de voluntad, simplemente porque es el héroe. Pero no es así, de la misma manera que Kevin no es el padre que lo sabe todo ni hace todo bien simplemente porque es viejo y sabio. Lejos del individualismo esperado, hay una defensa interesante del "juego de equipo" para resolver los problemas planteados.

Otro tanto podemos decir del personaje de Quorra, el cual podría haber caído en la categoría de "perra pateatraseros" pero que es humano y falible. Sobre ella no hay nada particularmente sensual ni sexual; no se le da cámara por su traje ajustado ni para que diga frases tontas. Todo lo contrario, la vemos mostrar una curiosidad enorme por el mundo de los humanos, muy cercana a la de un niño pequeño. En este punto la actuación de Olivia Wilde brilla por su frescura.

No podemos hablar de personajes profundos, conflictivos o complejos; sin embargo la película hace un cuidado equilibrio entre profundidad y rapidez de narración. Se agradece mucho que los personajes no estén tan marcadamente definidos, y que ciertas situaciones no sucedan y arruinen la cinta haciéndola ver como "una más de tantas en donde pasa esto".

No hay frases graciosas cuando alguien gana, ni duelos de palabras tontas, ni situaciones tomadas de los pelos simplemente para mostrar un efecto o un diálogo cool. Esto suma a la credibilidad de la película, que no se autoparodia ni se toma en broma en ningún momento.


Ritmo, narración, historia, paralelismos
En si sencillez argumental, Legacy es un ejemplo de película bien narrada, sobre todo teniendo en cuenta que es una secuela de una película de hace casi 30 años, que ni siquiera fue éxito de taquilla en su momento. La forma de continuarla y las explicaciones de los hechos pasados son muy breves y están bien encadenadas, partiendo la película rápidamente hacia su propio destino, sin verse atada por la historia previa.

Sin embargo, la Tron original está mucho más presente de lo que podemos ver a simple vista. Por un lado, se revisitan muchos lugares y situaciones ya mostradas en el film anterior. También hay miles de paralelismos de todo tipo, particularmente en lo estético y lo narrativo. No vemos nada que desentone con la película anterior. No vemos tiempo bala (bueno, hay, pero poco y lo necesario), no vemos acrobacias extremadamente locas e increíbles, ni persecusiones demasiado furiosas. Tron es referenciada de muchas maneras sutiles y no evidentes.

Otra de ellas es el ritmo, marcado por la historia misma. Al igual que su predecesora, Legacy no es una película netamente de acción, ni netamente romántica, ni netamente de ciencia ficción especulativa. A muchos puede no gustarle esta falta de compromiso, pero, al tratarse de una secuela, se agradece mucho que, justamente, no hayan tomado la solución fácil de hacer "Tron+Matrix", metiendo acción y reflexiones filosóficas a saco, o haciendo que el héroe sea un semidios invencible que se las sabe todas y él solito cambia la realidad establecida. Como ya lo mencionamos, cada personaje agrega algo, ya sea un tema o una parte de la solución a los problemas planteados, con lo cual se explica el por qué la película no trata de UN solo tema.

Como decía, si bien a algunos puede no gustarle esta "indefinición", y el hecho de que muchos tópicos interesantes (como la naturaleza de lo humano en un mundo lleno de programas) no sea explorada, es interesante saber que están allí. Posiblemente al profundizar en alguna de ellas, la película hubiera perdido brillo y coherencia (Tron tampoco planteaba ningún tópico argumental profundo), y si se hubiera profundizado en varios, el resultado hubiera sido una copia barata de Matrix (independientemente de lo que pensemos de ella) o un bodrio infumable lleno de frases baratas y supuesta filosofía existencialista.

Lamentablemente, por otra parte, el guión abarca demasiado y a veces hay cosas muy importante, que requieren más detalle y explicación, y que simplemente son narradas. Estaría muy bien que la historia tuviera algunos elementos menos y los profundizara más, pero es lo que hay. Si este equilibrio ya mencionado funciona en los personajes (ni muy superficiales ni muy profundos), queda pendiente una mejor exploración del mundo de Tron y de las consecuencias de muchas de las cosas que suceden.

Como resultado, Tron: Legacy nos abre los ojos. Queda en nosotros llenar algunas partes no explicadas de la trama, al igual que elucubrar qué quieren decir ciertos personajes. ¿Una secuela? Pues sí, parece que está en carpeta, así que tal vez por ahí van los tiros. Aunque más que eso, es evidente que se trata de una típica falla del guión. Posiblemente el punto más borroso de la cinta.



Arte, arte, arte
Llegamos entonces al punto más fuerte: la estética. Decir que está ultracuidada es decir poco. De nuevo hay miles de referencias a la primera película, particularmente en la figura de las motos de luz y los trajes iluminados. Pero todo lo que no se podía hace antes ahora se explora y expande en la tridimencionalidad de los escenarios, los mejores efectos lumínicos y una banda sonora como pocas en la historia.

En Legacy todo es negro o luminoso. Este contrapunto marca también parte de lo que es la historia: una utopía que se convierte en pesadilla, un lugar de luz que termina en un oscuro totalitarismo. Allí donde uno esperaría algo completamente cegador, ve trazos de Blade Runner o de otras películas ciberpunk, lamentablemente desgastadas por el hecho de que es una película ATP hecha por Disney.

El cuidado uso de la luz y la sombra nos mete en un mundo tan particular como mágico y mortal. Esta inmersión es instantánea, particularmente soportada por el hecho de que, al saltar al mundo digital, se prende el 3D de la película. Efecto que, por otra parte, no agrega demasiado a la película, que puede verse sin él sin mucha pérdida. De nuevo, vemos un equilibrio comercial y artístico: se consigue más promoción, pero no es una película que exagere los efectos o las tomas en 3D, como en Avatar, donde se vendía descaradamente una tecnología en detrimento de lo narrativo.

Descuidar la estética de la película hubiera sido mortal, y eso lo tenían bien en claro los responsables de la misma. Todo allí está calculado al milímetro, expandiendo el mundo poco poblado de su predecesora. Los pisos hexagonales y translúcidos, las paredes transparentes, los muebles de acrílico con diseños antiguos, el fuego azul que surge de leños de cristal... Todo es un sueño para cualquier diseñador. Recordando que en Tron intervinieron tanto Syd Mead (Blade Runner!!!) como Moebius, no podemos menos que aplaudir el resultado.



Todos estos elementos, más los ya citados (motos de luz y otros vehículos, usados en la película anterior o nuevos), nos sumergen rápidamente en un mundo vivo, creíble y disfrutable al 100%. Nada falta y nada sobra, no hay elementos creados para vender muñecos ni situaciones exageradas que no aporten a la trama. Si a esto le sumamos los personajes creíbles y una narrativa y acción equilibrada, vamos viendo que el resultado es más que recomendable.

¿Qué podríamos sumarle al conjunto? La música!! Como ya todos deberían saber, el grupo francés Daft Punk se sumó al proyecto, siendo ellos fanáticos de la película anterior. El resultado es, tal vez, la primera y mejor banda sonora electrónica de todos los tiempos, con sonidos que remiten al Pacman y a los 8 bits de los antiguos arcades, lo cual encastra perfectamente con ambas películas, en las cuales los videojuegos son ejes de la trama. Por otra parte, las partes orquestales tienen la suficiente fuerza y sutileza como para ambientar los momentos lentos, de reflexión o temor. En algún momento, nos preguntamos si Hans Zimmer no está por ahí dando vuelta, pero no, es todo Daft Punk.

Altamente recomendable por sí misma, esta banda de sonido nos sumerge todavía más profundo en el mundo digital que plantea la cinta. La ya clásica canción Derezzed, tal vez una de las mejores piezas de la suite, anima una de las escenas de acción más importante de la película. He aquí el videoclip oficial de la misma, que sirve también como trailer... por si no lo habían visto:



Sí sí, Daft Punk aparece en la película...


En resumen
Poco más se puede decir, excepto esto. Tron: Legacy, marca una forma de hacer cine que, lamentablemente, pareciera estar perdiéndose dentro de la industria. Es evidente que no podemos pretender que todas las películas que vemos sean excelentes y perfectas. Pero lo que sí podemos pedir es que, como mínimo, estén tan bien hechas como esta.

Ya hemos mencionado lo principal: todo está equilibrado. Lo visual no se come a lo argumental, y todo lo sonoro es impecable pero tampoco en detrimento de lo visual. Los actores no son malos, aunque la mayoría no destaque; los personajes no les exigen mucho, pero tampoco son transparentes. Finalmente los detalles y el sumo cuidado que se ha tenido en muchos elementos, no hacen que destaquen de más, sino que por el contrario, rápidamente nos acostumbramos a ellos y, sabiendo que así funciona ese mundo, los gozamos de otra manera.

Podemos argumentar sobre que Legacy, con un argumento más profundo, podría haber resultado una película "excelente". Nunca lo sabremos; por otra parte, insisto en que hubiera sido demasiado pretencioso y hubiera roto la continuidad con la primera película. Hubiera sido igual de malo que se convirtiera en una de acción pura y dura. Y si bien tengo que ubicar a Legacy en un nivel muy bueno, también insisto en que quiero ver más películas armadas de este modo, en las que se note el cariño por la obra, el respeto por los espectadores y las ganas de hacer algo perdurable sin vaciar partes de la misma y rellenarla con cosas que no corresponden.


Un poco de sol y un poco de lluvia

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Hace casi exactamente un día fallecía mi abuelo, el último que me quedaba.

Generalmente no hablo de mi vida privada ni cuento intimidades, porque creo que los blogs, y particularmente este, no son para eso. Pero bueno, a veces hay excepciones. Hay un tag para "experiencias" y esta ha sido una de las más grandes de los últimos meses.

Está también el hecho de que hay gente, en varias partes del mundo, a las que no he llegado a avisarle, pero sé que leen este blog y se enterarán tarde o temprano. Está el hecho de que necesito escribir, ahora más que nunca (y justamente el lunes había empezado mis vacaciones, con los dedos en llamas, clamando masticar teclas!!!). Está el hecho de que se cierra una etapa de mi vida justo cuando se cerraba otra etapa de mi vida. Está el hecho de que, además de creer en Dios, no creo en coincidencias (dos tipos de creencias diferentes, aunque puedan correr en paralelo).

Afuera llueve; creo que puedo terminar con esto. Hace días que el sol nos estaba achicharrando la cabeza. Transpiré como cerdo el lunes, cuando salí a ver a un amigo que hacía largo rato no veía. Transpiré acarreando los libros que compré alegremente (¿dije que era el primer día de vacaciones?). Transmiré acarreando el tomo ultrapesado de Watchmen que logré comprar, luego de 8 años de deseo y varios meses de ahorro. Un día lleno de cosas positivas, del arranque de una nueva etapa, de acciones creativas y recreativas.

Y luego, hace exactamente un día, esa noticia.

Hoy también fue un día raro, un día tan mixto como las experiencias que corrí yo y mis familiares. Hizo frío, amaneció nublado, salió el sol, se nubló, hubo sol de nuevo, y cuando lo llevábamos al cementerio, nos sorprendió un fuerte chubasco que, intermitentemente, empapó áreas aleatorias de la ciudad, dejando otras completamente secas. No pude dejar de pensar que era una metáfora perfecta. Me encanta buscarlas, pero a veces se te arrojan encima como un chaparrón de ideas.